El 3 de abril próximo cumple 87 años, pero no se notan. De verdad que no se notan. Hablamos de Don Chacho Sanabria, quien con apenas 12 años comenzó a trabajar como tapicero y ya no paró más.

Pero hizo otras cosas; muchas cosas más. El hombre conocía el manejo de las herramientas rurales, ya que durante varios años realizó tareas de campo junto a varios productores de la zona. Manejaba a la perfección todo lo que eran arados, cortadoras de alfalfa, rastrillos, y varias máquinas de la época.

«Mi oficio era la tapicería ya que desde los 12 años y hasta los 20 trabajé como ayudante de un talabartero. Pero también conocía el manejo de las máquinas agropecuarias por haber trabajado en varias tareas del campo», cuenta Chacho.

Tiempo después comenzó a trabajar en el Hogar Roque Sáenz Peña. «Yo no pensaba ingresar al Hogar de Jóvenes, pero como conocía y manejaba las herramientas y máquinas, un día vinieron a buscarme para brindar mis conocimientos a los chicos de la institución».

Allí, a Sanabria le asignaron un salón con herramientas, donde enseñaba el oficio. Eran épocas donde el Hogar tenía huerta, tambo y además se hacía apicultura, avicultura y  ganadería. «El sustento era prácticamente autónomo, ya que la producción se vendía en el pueblo».

Don Chacho, durante años y años dio talleres a los internos para que aprendieran distintas tareas, tanto las relacionadas a la tapicería como las rurales.

«Nuestro objetivo fundamental era reeducar a los chicos y que ellos pudiesen aprender un oficio para una salida laboral», cuenta.

 

Dos cartas

El 16 de julio de 2017 falleció su compañera de vida: Josefa Sara Pérez. Esa jornada, Don Chacho recibió tiernos gestos de acompañamiento a su dolor.

A los pocos días de la partida de Josefa, el cartero de Correo Argentino dejó bajo su puerta dos cartas: Una procedente de Nogoyá y otra de Mendoza.

«Fue Pedrito Paredes el que se encargó de avisarle a los chicos de San Rafael (Mendoza) y de un pueblo cercano a Nogoyá que había fallecido mi mujer. Pedrito, que vivió muchos años en el Hogar, les llamó a sus ex compañeros para contarles. Y así fue como a los pocos días recibí dos hermosas cartas escritas a mano. Es que muchos de los chicos que pasaron por el Hogar, hasta el día de hoy me sienten como parte de su familia«.

«Haber trabajado en el Hogar fue una escuela para mí. Cuando algún chico se equivocaba en una actitud, yo no lo retaba ni lo trataba mal. Simplemente, lo hablaba. Así era la forma de entendernos que teníamos y de esa forma se lograban cosas hermosas», cuenta hoy a la distancia.

«Las mujeres que trabajaban en el Hogar eran como la mamá para muchos chicos. Ellos necesitaban esa imagen materna. Y muchos de nosotros, éramos como sus padres».

Por eso, aquellas cartas de ex internos que habían vivido años atrás en el Hogar, y que ahora están radicados en otras ciudades, quisieron hacerle saber a Chacho que pese a la distancia y el paso de los años, ellos siguen siendo parte de su familia.

(Fabricio Bovier)