Desde el mismo día que llegó a este mundo, la vida le avisó que nada sería tan fácil. Como se trataba de un bebé muy grande, los médicos tuvieron que utilizar fórceps en el parto. Y ello trajo severas consecuencias en el chiquito: Prácticamente quedó cuadripléjico durante buena parte de su infancia. Por entonces vivía en la ciudad de Santo Tomé.
Pero una tarde, mientras Canal 13 de Santa Fe pasaba el dibujito del Correcaminos, Ángel se preguntó cómo era posible que ese personaje animado fuera tan veloz, mientras él no podía siquiera llevarse una cuchara a la boca para comer papilla.
Ese dibujito en el que el coyote perseguía por siempre al ágil Correcaminos se había convertido en el empujón anímico para no renunciar a su objetivo de poder caminar. Su desafío era torcer el destino y vencer la eternidad de aquella pesada silla de ruedas.
Nada era sencillo. Pero lo que su cuerpo no podía, su cabeza y corazón luchaban para lograrlo. Así, y poco a poco, Ángel comenzó a mover sus dedos, sus manos, sus piernitas. Quería salir de esa situación. Y un día finalmente se levantó. «Di los primeros pasos y no lo olvido más. Me arrastraba, me levantaba, me frenaba, me caía y volvía a intentarlo. Finalmente pude lograrlo», cuenta ahora. «Los médicos no lo podían creer, tampoco mis padres. Nadie podía creerlo. Pero aquí estoy», me explica ahora, luego de realizar un entrenamiento para la Maratón Ciudad de Viale, una de las tantas carreras en las que participa Ángel.
Dolor en el alma
Pero volvamos un tiempo atrás… Llegó la adolescencia y con ella los problemas se agravaron. Fuertes discusiones en casa, violencia en el barrio, violencia en el día a día. Como la cosa estaba muy complicada, Ángel fue internado en una Escuela de Santa Fe. «Allí fui abusado por un religioso y perdí mi inocencia». Lo dice con dolor en el alma, pero con la fortaleza de haber dejado todo aquello en el pasado. «Cuento esto ahora, porque Dios ya trabajó sobre mi vida para superarlo», explica. Y sus palabras resuenan decididas.
De aquella escuela se iría para no volver y la calle fue su nuevo destino. El alcohol, las drogas y las malas juntas estaban a la vuelta de la esquina. «Sentía odio a todo y a todos. No le encontraba sentido a la vida».
Tuvo una adolescencia a la deriva y una juventud al borde del precipicio. Tanto, que durante varios meses se convirtió en soldadito de un narcotraficante. «Yo debía permanecer armado arriba del techo de mi jefe, que era vendedor de droga, controlando los movimientos. Mi sueldo era cocaína para mi consumo», describe con la crudeza de quien las ha vivido todas.
Una madrugada resultó herido de gravedad en una pelea callejera. Fue en ese momento que sintió que todo había llegado a su fin.
Pero un día, alguien le acercó la palabra de Dios y desde aquella vez, ya nada fue igual. Dejó las malas juntas y abandonó su rol de soldadito de un vendedor de drogas. Comenzó a trabajar y a realizar deportes. Se olvidó de las peleas, la delincuencia y los hechos policiales.
Tiempo después, quien le había acercado el Evangelio le propuso conocer el Parque evangélico Los Paraísos de Crespo, lugar donde recibió apoyo para luchar contra sus adicciones.
«Permití a Cristo entrar en mi vida y ya nada fue igual», cuenta. «Me entregué al Señor y por él logré abandonar las drogas y salir adelante, pese a mis dificultades diarias y a mis caídas».
Vivir para contarlo
Actualmente, Ángel se encuentra estudiando, trabajando y practicando deportes, brindando además su experiencia de vida a otros adolescentes en la zona. Y comparte una frase: «Cristo es la verdad y la vida; hay un solo camino. El que crea en Cristo vivirá. Lo que parece imposible para el hombre, Dios lo hace posible».
Actualmente, y desde hace ya un tiempo, Ángel comparte su experiencia de vida con jóvenes de Viale, Ramírez y Crespo. Siente que puede ayudar al prójimo contando vivencias de aquel pasado durísimo que le tocó en carne propia. «Yo estaba muerto espiritualmente y cuando Cristo llegó a mi vida, todo cambió».
Fabricio Bovier
(Publicado en el Periódico NuevaZona)