En 1947, Evita decía que había llegado “…la hora de la mujer que piensa, juzga, rechaza o acepta, y ha muerto la hora de la mujer que asiste, atada e impotente, a la caprichosa elaboración política de los destinos de su país”.
Más de medio siglo después, nos encontramos enfrentando viejos y nuevos desafíos que tienen el mismo propósito de empoderar a las mujeres.
Empoderar es un antiguo verbo de nuestro idioma que se usa con frecuencia en esta época con un nuevo significado: hacer fuerte a un individuo o grupo social desfavorecido. La lucha que Evita –y otras audaces mujeres de la época- empezaron allá lejos y hace tiempo para hacer fuertes a las mujeres, se reedita hoy de nuevas maneras y se hace oír con múltiples voces.
El grito multitudinario de NI UNA MENOS es un claro ejemplo. La violencia contra las mujeres no es un problema de hoy: sin dudas lo era también hace 60 años. Pero es hoy cuando se hace visible masivamente, cuando está en la agenda social, mediática y política y por ello, es un buen momento para encaminar las medidas y los cambios que hacen falta.
La violencia machista contra las mujeres se arraiga en nuestra cultura y de allí es de donde tenemos que desterrarla. No es fácil. Ni siquiera es fácil hablar de esto. Como varón suelo meter la pata y expresarme de modo “políticamente incorrecto”. Debo aprender, como casi todos, un nuevo lenguaje e incluso, incorporar nuevas forma de pensar.
Debemos desnaturalizar la violencia: lo importante no sólo es apuntar a la urgencia de la mujer que hoy pide ayuda, sino también trabajar para desarmar la matriz que produce el acoso callejero, el pensar que hay trabajos que son sólo “de mujeres”, juegos sólo de niñas, el chiste machista, la violencia mediática y el abuso, entre tantas violencias y formas de diferenciar que nos atraviesan y lastiman.
Si bien se han logrado muchos avances a nivel mundial con respecto a la igualdad de géneros, las mujeres y las niñas siguen sufriendo discriminación y violencia en todo el mundo. La igualdad no es sólo un derecho humano fundamental, sino la base necesaria para conseguir un mundo pacífico y próspero.
Sin igualdad de derechos no hay empoderamiento ni justicia posibles. Es imprescindible facilitar a las mujeres y niñas igualdad en el acceso a la educación, a la atención médica, a un trabajo decente y a las decisiones políticas y económicas.
Una sociedad con brechas sociales y desigualdades es una sociedad empobrecida que reactiva circuitos de pobreza y marginalidad donde las mujeres, en un país que se reconoce como machista y misógino, llevan las de perder.
La inclusión económica de las mujeres y la igualdad de género son parte de un proceso más amplio de desarrollo social. Hay políticas públicas fundamentales que es necesario sostener y mejorar, como la de la Asignación Universal por Hijo y por Embarazo, que ha permitido que millones de niños tengan la posibilidad de acceder a mejores condiciones de vida. El 96% de quienes cobran estas asignaciones son mujeres. La AUH es un derecho que ampara, que cuida, que protege. En el mismo sentido, las políticas públicas que alientan la capacitación y el aprendizaje de oficios: todo lo que permita a una mujer ganar seguridad, independencia y autonomía.
La educación pública y gratuita es otro pilar imprescindible, no sólo para mejorar las posibilidades de desarrollo profesional de las mujeres, sino también como ámbito de concientización sobre sus derechos. Hoy, en Argentina, casi el 60% de los estudiantes universitarios son mujeres y también son mayoría entre los graduados. La educación disminuye las brechas salariales, mejora las posibilidades de acceso al trabajo, al salario y a la independencia económica. Defender la educación pública y facilitar el acceso y la permanencia de las estudiantes en el sistema es una medida concreta por la que tenemos que seguir trabajando.
La protección social de las mujeres en la vejez es otro derecho que debemos defender. Por la misma desigualdad en el acceso al trabajo o por la división social del trabajo que establece como “natural” que las muchas mujeres se queden en casa mientras otros miembros de la familia se desarrollan profesionalmente, muchas mujeres llegan a la tercera edad sin aportes suficientes para jubilarse. Y allí debe estar el Estado para protegerlas.
Garantizar el acceso universal a la salud sexual y reproductiva y los derechos reproductivos, son también metas para éste y los próximos gobiernos. La educación sexual en las escuelas es una Ley que debe cumplirse sin excusas.
Como se expresó masivamente el viernes, es necesario la urgente implementación de un Plan Nacional de Acción para prevenir, erradicar y sancionar la violencia contra las mujeres; legislar por el patrocinio jurídico gratuito para víctimas de violencia de género, y tener especialmente en cuenta la protección de los hijos de madres asesinadas. Y sobre todo, la justicia debe hacer valer las herramientas que tiene a su alcance para defender a las mujeres que valientemente llegan a una comisaría a denunciar cuidando su vida o la de sus hijos y esperan del Estado la protección que necesitan luego de transitar distintas formas de violencia, a veces invisible pero no menos dañina.
Pero también, insisto, debemos estar atentos para defender los derechos que hacen más fuertes a las mujeres y trabajar por nuevas medidas que los amplíen y universalicen. Como hemos dicho muchas veces, no podemos retroceder, tenemos que ir para adelante, por más derechos.