Es poco lo que el hombre posee. Apenas tres caballos, seis gallinas, un rancho y numerosas necesidades.
El hombre sumó una gran preocupación la última semana. Fue cuando uno de sus caballos desapareció del terreno donde normalmente pasa las mañanas y las tardes. “Se me perdió el zaino”, me dijo con ojos brillosos. “Pero ya avisé a la policía y me están ayudando a buscarlo”, contó de inmediato.
“Esos animales no deben estar allí”, me dijo alguien. “No es un buen lugar. Contaminan y es peligroso para los niños. Además, pisotean y hay bosta en todo el terreno”, aclaró otro.
No es objetivo de esta nota discutir si corresponde o no que esos caballos permanezcan en algunos de los tantos baldíos eternos que posee la ciudad. Tampoco si contaminan o no. Porque si de contaminación hablamos, primero podríamos sentarnos a debatir cuánto contaminan 1500 coches y cuánto tres caballos. Si les parece, primero discutamos eso y después seguimos hablando.
Pues bien, la historia tuvo final feliz. El caballo apareció a los dos días de haberse perdido. Qué fue lo que ocurrió, en duda. Quizás se escapó, quizás alguien se lo llevó por un rato.
Lo cierto es que hoy por la mañana, la sonrisa volvió a los chiquitos del barrio (entre los que se encuentran los míos). El equino de nuevo por aquí, entre nosotros.
“El caballo está de nuevo, pá”, dijo Bauti, con una sonrisa de lado a lado. Una sonrisa plena, igualita a la del hombre, cuando le avisaron que su querido zaino había vuelto a aparecer.
(FB)

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