Ocurrió un 23 de junio de 1968, en el estadio de River Plate. Sucedió cincuenta años atrás y muchos han olvidado la historia. Otros, sin embargo, se niegan a que el doloroso olvido borre la memoria de un hecho que marcó la vida de numerosas víctimas.

Era un domingo de clásico futbolero, donde la tragedia llegó al finalizar el River y Boca jugado en el estadio Monumental, en el sector conocido por entonces como «la Puerta 12», una de las salidas para los hinchas visitantes.

Por causas jamás aclaradas, el sector de salida a la calle (luego de las escaleras), no se encontraba liberado, y la presión de la multitud que salía causó la muerte de las 71 víctimas, muchos de ellos menores de edad.

Increíblemente, la investigación penal finalizó sin que se hallaran culpables. Algunos testigos indicaron que los molinetes se encontraban colocados y que ello impidió la salida de la multitud.

Otros sostuvieron que la salida no fue posible porque la Policía Federal lo impidió (en 1968 el país estaba gobernado por la dictadura militar del general Juan Carlos Onganía).

Al principio, dos dirigentes de River fueron procesados por ser sospechosos de negligencia, pero luego la justicia dejó el procesamiento sin efecto y la causa fue archivada.

En cuanto a la responsabilidad civil, la Asociación del Fútbol Argentino y los clubes afrontaron la misma de manera colectiva, reuniendo un fondo de poco menos de 100 000 dólares, que significaban apenas poco más de 1000 dólares por fallecido. A cambio de cobrar esa cifra se les exigió a los damnificados que renunciaran a cualquier reclamo judicial. Sólo dos damnificados, iniciaron juicio contra River. El fallo condenó al club a raíz de su responsabilidad civil y le ordenó pagar alrededor de 50 000 dólares a cada uno.

El último tramo de las escaleras que bajan a la Puerta 12 -actual sector L de la tribuna alta Centenario, siempre ocupado por los hinchas visitantes- tiene 80 escalones entre el descanso al aire libre del primer piso y la calle. En cada uno caben 15 personas como máximo. Un túnel oscuro y peligroso. «Una trampa terrible si los simpatizantes que están abajo no pueden salir y los que están arriba empujan y empujan sin saber qué sucede», publicó Clarín hace un tiempo.

Muchas versiones y varias conjeturas sobre el por qué ocurrió lo que ocurrió. Golpiza policial, puertas cerradas, obstáculos en medio de la bajada hacia la puerta. Pero en algo coinciden los testigos: la iluminación de la escalera era inexistente, el piso estaba resbaladizo y no había pasamanos ni barandas.

 

Un vecino de por aquí

La mayoría de los hinchas que salían por otras puertas, incluso a pocos metros de la tragedia, sabían poco y nada de lo que estaba ocurriendo en la Puerta 12. Lalo Sione, oriundo de Aldea San Antonio, fue uno de ellos. Con 20 años recién cumplidos, Sione había ido a alentar a Boca aquella tarde en cancha de su eterno rival.

«Nosotros nos enteramos de lo que había ocurrido luego del partido y cuando ya estábamos en la calle. Afortunadamente, habíamos salido por otra puerta y recién supimos lo que había pasado cuando ya estábamos afuera de la cancha», contó Sione a NuevaZona.

Lalo se encontraba realizando desde hacía cinco meses el Servicio militar obligatorio en Campo de Mayo, Buenos Aires. Y ese domingo libre aprovechó para ir a ver jugar al equipo de sus amores en cancha de River. A la cancha había concurrido junto a varios soldados.

Esa tarde no cabía un alma en el estadio. Según estimaciones, unas 90 mil personas colmaron las tribunas aquella jornada que debía ser una fiesta y que terminó en tragedia.

El encuentro finalizó en empate a cero, pero el resultado no fue lo importante aquella tarde de 1968. Tiempo después, se tomó la decisión de cambiar el nombre a la puerta y se pasó a llamar «Puerta L» (la 12ª letra del abecedario).

Hoy, a cincuenta años de lo ocurrido, se desconocen las causas de lo que se convirtió en la mayor tragedia deportiva en la historia de Argentina. Y hasta el día de hoy, muchos familiares de las víctimas siguen reclamando una justicia que nunca llegó.