No nos engañemos. El problema de las adicciones comienza a sobrepasarnos. Aquí, allá y un poco más allá también. En todos lados.
Ante tan grave y delicada situación, no puedo dejar de pensar en cómo éramos (yo y mi grupo de amigos) durante nuestros años de escuela secundaria, salidas y boliches.
Fueron años de amistad intensa, de sueños por cumplir y de caminos por recorrer. Épocas irrepetibles cargadas de risas. Pero también de algunos excesos.
Y aquí es donde quería llegar. Hoy, viéndolo a la distancia, no puedo dejar de pensar en algunas actitudes que uno tuvo siendo adolescente.
En nuestro grupo había dos sectores bastante definidos, o al menos eso creía yo: Los vivos y los boludos. Estábamos aquellos que nos considerábamos los piolas, los vivos. Los que la teníamos re clara. Nosotros éramos los que fumábamos cigarrillo y nos animábamos a probar potentes mezclas de bebidas alcohólicas.
Y estaban también los otros. Aquellos que no se prendían en esa. Que se animaban a decir que no. Que tenían la fuerza suficiente para decir que no, pese a la mirada inquisidora del resto. Esos eran los boludos.
Hoy, cuando uno ya está bastante grandecito y puede mirar con otros ojos las cosas, cae realmente en la cuenta. A este vivo y piola que hoy está escribiendo estas líneas, le llevó once años poder dejar el cigarrillo (ni uno, ni tres. ONCE AÑOS).
Al contrario, quienes nunca tuvieron la “extraña valentía” de empezar a fumar, no debieron enfrentarse a ese pequeño problemita.
Hoy, a la distancia, uno puede darse cuenta quiénes eran realmente los vivos. Y quiénes los boludos
(Fabricio Bovier)