Su no es rotundo y sin vueltas. Hasta que no cambie la situación, no piensa volver. Así de simple. Así de clarito.

La historia cuenta que un día hubo un conflicto y que luego se desató una guerra. Y con ella, todo el antes, durante y después: muerte, destrucción y soledad.

Abel Rodríguez es un ex combatiente de Malvinas que lleva el tema en su cabeza, su corazón y su piel. A la guerra no se la contaron; la vivió. Y en carne propia.

Y su no es rotundo cuando en cada charla o entrevista, alguien le tira la pregunta del millón: «¿Volverías a Malvinas?»

«Sólo volvería el día que se encuentre flameando allí la bandera argentina. Yo hablo a título personal y otros ex combatientes podrán opinar distinto. Creo que si durante 74 días tanta gente murió defendiendo las islas, no puede ser que ahora para ir, se deba pedir permiso, tener cierta cantidad de dinero y ser revisado al entrar y salir, como si uno fuera prisionero de guerra».

El hombre sabe de lo que habla. Es cuando terminó la guerra y había que volver, los soldados argentinos fueron revisados de pe a pa, para que no se llevaran nada entre sus ropas. «Y ahora hacen los mismo», cuenta Abel.

«Si bien hoy por hoy no te palpan como lo hacían en aquel momento, sí utilizan un scanner con todo aquel que pisa Malvinas».

 

Todo como era entonces

Según le han comentado a Abel quienes han viajado a las islas estos últimos años, todo el terreno se mantiene tal como quedó después de la guerra.

«Es como un gran museo a cielo abierto. Todo lo que quedó de Malvinas, está tirado ahí mismo, como quedó en su momento. Por eso, los contingentes de turistas son llevados a la zona rural de las islas, para que recorran las trincheras tal como quedaron», explica.

Y como es habitual que los turistas pretendan llevarse consigo un elemento como recuerdo (lo que podría ser un trozo de tierra,  una piedra o una tapita de botella), ellos utilizan el scanner para evitarlo. «Sobre todo, con los veteranos de guerra, por todo lo que vivieron allí. Es hasta entendible que quieran llevarse un pedacito de las islas».

«No te dejan sacar absolutamente nada. Cuando entras te revisan; y lo mismo hacen cuando salís».

«Y tanto sacrificio, tanto esfuerzo y tantas vidas que quedaron truncas, hoy no puedo aceptar que para volver, seamos sometidos a ese trato», resume.

«Las islas son nuestras y no puedo aceptar que a uno le exijan tantos requisitos».

 

Propuestas para viajar

Desde hace un tiempo, un grupo de amigos le viene proponiendo a Rodríguez regresar a Malvinas. «Incluso, me ofrecen pagarme el costo del viaje para que yo pueda volver al mismo pozo donde permanecí durante la guerra».

Pero su respuesta es siempre la misma, casi calcada: «No regresaré hasta que no recuperemos las Malvinas».

Hace poco, uno de sus amigos fue a las islas y sacó foto del pequeño refugio donde estuvo Abel.  Una imagen del mismo lugar en el que con incertidumbre, dolor y desesperación, permaneció  Rodríguez durante la guerra junto a varios soldados.

«Me ofrecen hasta pagarme el viaje». Pero siempre escuchan un no como única respuesta.

«Si en vida yo no alcanzo a ver que en Malvinas otra vez flamee nuestra bandera, ya les hice un pedido especial a mis hijos», aclara en tono de confianza.

¿De qué se trata ese ruego que le hizo a su familia? El día que la celeste y blanca vuelva otra vez a abrazar las islas, que sus hijos o nietos lleven una foto suya y la depositen en un pedacito de esas frías y lejanas islas del sur.

Fabricio Bovier/NuevaZona