Es un caso de constancia y sacrificio frente a las adversidades que le tocó desde muy pequeño. Un hombre que de niño las vivió a todas y que de grande buscó superar los obstáculos que la vida le jugó
La vida es una moneda
quien la rebusca la tiene,
ojo que hablo de monedas
y no de gruesos billetes.
(Juan Carlos Baglietto: “La vida es una moneda”)
José es de perfil bajo, bajísimo. No es que hable poco; habla casi nada. Lo justo y necesario. Y punto. De José omitiremos su apellido y sólo contaremos que vivió en el Hogar de Jóvenes Roque Sáenz Peña de Viale, desde 1.991 a 1.995.
A los 18 años, como la mayoría de chicos que vivió en hogares, José tuvo que abandonar la institución. Sin destino y sin rumbo fijo, como la mayoría de pibes que alguna vez pasó por un hogar, José tuvo que hacer bolsito y partir.
No la tuvo fácil. Para nada. Salió apenas con una muda de ropa y no mucho más. Y cuando decimos “no mucho más”, es no mucho más.
Una fría tarde de invierno, se tomó el primer cole con destino a Paraná. De ahí, la vida lo llevaría por distintas ciudades. Hasta que un día reparó finalmente en la provincia de Mendoza.
Allí se quedó. Allí la peleó y la sigue peleando hasta el día de hoy. José hizo de todo en su vida. Casi siempre, trabajos mal pagos y changas esporádicas.
Sin embargo, no bajó los brazos. Si había logrado atravesar (como pudo) una infancia sin familia y una adolescencia llena de piedras, no bajaría los brazos ahora, con el corazón bastante más inmune a los dolores del alma.
Un día, durante una changa que hizo en la zona cercana a uno de los shoppings más importantes de Mendoza, advirtió que había muchas personas que concurrían al centro comercial, pero que no tomaban café en los selectos locales del lugar. No lo pensó demasiado y al otro día ya había preparado termo, vasitos plásticos y cucharitas descartables. Y hacia allí fue.
Desde ese día y desde hace ya varios años, José ofrece en uno de los accesos al shopping el mejor (y más barato) café de la zona.
A diario, el hombre carga sus termos (que a esta altura ya son varios) y sirve distintas variedades: café solo, capuchino, cortado, americano.
Durante estos años logró formar una familia y darle a sus hijos lo que él jamás recibió: Cariño y contención. Pudo brindar a sus pequeños algo tan básico y a la vez tan importante, como encender la luz una noche de tormenta o darles un beso al momento de ir a la escuela.
Hace un tiempo, y fruto de su trabajo, José finalmente pudo compararse un autito. “Es usado y tiene varios años, pero está en buenas condiciones”, cuenta alguien que lo conoce.
Así, con sacrificio, porque sabe mejor que nadie lo que significa sacrificio, todas las mañanas sigue atendiendo firme a sus clientes. En la puerta (o límite) de uno de esos lugares que marcan clases sociales y estatus.
En la línea misma que divide el adentro y afuera de un mundo cada vez más consumista. Y hoy como ayer (y seguramente igual que mañana), estará José. Justo en esa línea divisoria, sirviendo café y buscando hacerle frente a las cicatrices del alma.
(Fabricio Bovier)