Su abuelo por parte de madre era carnicero. Su abuelo por parte de padre, también. Y no sólo eso: Su papá, durante décadas, tuvo carnicería.
José Ignacio Rodríguez, o directamente «el Gógo» como lo conocemos todos, cumple 50 años de trabajo detrás del mostrador de su carnicería. Cinco décadas dedicadas a un oficio que mamó de niño, pero que su padre jamás incentivó a que siguiera.
«Mi papá conoció lo que era realmente el sacrificio y el esfuerzo de llevar adelante una carnicería. Todas las madrugadas, cuando en aquel tiempo la usina generaba luz sólo hasta medianoche, mi papá debía ir a carnear al campo con un peón, un carrito y sus pocas herramientas. Después de varias horas de trabajo, volvía al pueblo y tenía que abrir su pequeña carnicería. Todo era manual y no había sierras eléctricas. Todo debía hacerse a mano. Por eso no creo que se pusiera contento si yo seguía el oficio. El trabajo en aquella época era muy sacrificado», explica hoy -a la distancia- Gogo.
«Por la vida que él llevaba, nunca me alentó a que yo continuara en la carnicería. Mi papá no quería que yo fuera carnicero. Es que a él le tocaron épocas muy difíciles para esta tarea», cuenta Rodríguez.
Pero al igual que su papá y sus abuelos (materno y paterno) Gogo siguió el oficio. No tuvo casi alternativa. Un día, siendo jovencito, su papá sufrió un ACV. Y no hubo demasiadas opciones: El muchacho debía hacerse cargo del negocio.
«A mí ya no me tocó tanto trabajo sacrificado como mi padre o mis abuelos», aclara. Y brinda de inmediato dos ítems básicos en su lista de principales aliados: El frigorífico y la sierra eléctrica. «Desde hace años que compro la mercadería a la Cooperativa de Carniceros. Yo no tuve que ir a carnear al campo. Y eso me ayudó mucho en mi trabajo. Además, la sierra eléctrica posibilitó que la tarea en mi comercio no sea tan dura», cuenta hoy el hombre.
Gogo comenzó comprando carne al matadero municipal de Viale. Pero un día, y de manera sorpresiva, el Municipio decidió cerrarlo. Por ello, los carniceros de la zona tuvieron que recurrir a frigoríficos de otros lugares. Como Gogo, que desde aquella oportunidad comenzó a trabajar con la Cooperativa de Carniceros.
Fanático hincha de Boca, a Gogo suele encontrárselo en varias oportunidades con un delantal que luce los colores de su amada camiseta. En las paredes de su negocio, hay varios cuadros con el escudo azul y oro.
Pero no solo el fútbol y Boca figuran entre sus pasiones. Uno de los objetos más preciados que tiene en su local es una chaira de 104 años. Sí, escuchó bien, un utensilio de afilar cuchillos que ya pasó el siglo de vida. Perteneció a su abuelo; lo usó también su padre y hoy sigue dando batalla en la carnicería del Gogo.
Esta semana, nos recibió en su tradicional local de 3 de Febrero y Tucumán. Como no podía ser de otra forma, lo hizo con esa sonrisa que es su sello personal. Con ese modo tan amable de recibir a su clientela. Clientes del barrio, pero también de otros puntos alejados de la ciudad y hasta de localidades vecinas que llegan una o dos veces por semana a comprar pulpa, chorizo o asado.
Un tipo simple, sencillo. Un hombre que jamás se queja y que siempre está predispuesto a atender de la mejor manera a la gente.
Hoy, este comerciante cumple cinco décadas de oficio. Y no es poco: Cincuenta años de trabajo que no le generaron riquezas materiales, pero sí un enorme reconocimiento social por su honestidad y trabajo cotidiano.
La antigua carnicería de su padre, ubicada donde hoy está la Estación de Servicios OIL, de Gieco: