Vuelvo público otra vez, a este círculo sagrado…
Con este rostro pintado que al fin el mío no es.
Traigo un arte que, tal vez, todos sabrán valorar
Pues el rudo batallar, que nos condena vivir
Debe el Tony hacer reír, queriendo a veces llorar.
(Hugo Bañera)
El «Jhon» (Juan Rafael Míguez) lleva el circo en la sangre. Jhon es su nombre artístico y es precisamente por su apodo que lo conocen los vecinos. De María Grande, pero también de otras ciudades argentinas donde vivió antes.
Y si decimos que al circo lo lleva en su sangre, es porque justamente su abuelo fue integrante de circos desde muy joven, y luego su mamá. «Soy descendiente de artistas», cuenta.
Y en cada frase y cada palabra que suelta a través del teléfono, Jhon respira circo, respira arte. Así, no tendrá problemas durante un tramo de la charla en ponerse a recitar, cantar, o situarse en personaje.
«Mi abuelo nació en Montevideo, Uruguay, y luego se fue a vivir a Rosario, cuando conoció allí una mujer argentina; mi abuela. Se casaron en el año 1.904 y tuvieron quince hijos. La mayoría nació en distintas provincias e, incluso, algunos en Uruguay.
«Mi mamá siguió con el mundo del circo. Ella era actriz y contorsionista, pero su principal habilidad era la fuerza capilar. Ante nuestro desconocimiento sobre esta disciplina, consultamos y nos informamos: Fuerza capilar se denomina al ascenso por el aire atado a una cuerda únicamente del cabello.
«Con mi familia recorrimos todo el país, visitando ciudades y pueblos, llevando nuestro arte. Así me crie yo y así continué mi vida».
La mayoría de sus tíos fueron también artistas. Incluso, uno de ellos (Juan José Míguez) llegó a trabajar en grandes películas de la época. Entre ellas, «Mercado de abasto», junto a la inolvidable Tita Merello.
«Yo tengo herencia circense. Recorrí la mayor parte de las provincias argentinas, donde llevábamos nuestro arte. De chiquito hice trapecio, cuerdas marinas (hamaca de 5 metros de altura donde el artista está colgado de los pies), guitarra y canto».
Una de las cosas más difíciles que le tocó aprender, fue ser payaso. Es que -reconoce- no es sencillo hacer reír a la gente. «Y Entre Ríos debe ser una de las provincias donde es más difícil lograr carcajadas del público».
«Ser payaso es lo más complejo. A mí me llevó 14 años poder generar risas en la gente. Comencé a los 14 años y recién a los 28 logré hacer reír», cuenta. Si bien Jhon es su nombre artístico, durante años, su apodo como payaso fue «Minguito».
Su esposa (Rosa Plum, maestra jubilada) también se dedicó durante años al circo. La mujer tocaba el bombo, hacía trapecio y acrobacias. Si bien no venía del ambiente, «ella aprendió conmigo», aclara entre risas nuestro entrevistado.
Compartir, siempre compartir
Desde hace unos cincuenta años que la pareja vive en María Grande. Al principio, iban y venían debido a su trabajo en el circo.
Hoy tiene 80 años y es no vidente desde hace 4. Sin embargo, las dificultades en su visión vienen desde hace mucho tiempo. «De chico, tenía sólo el 20 por ciento de mi vista. Por eso aprendí a utilizar el sistema braille desde pequeño y eso me ayudó de grande».
Ahora, de adulto, no pierde su espíritu de artista. Para sorpresa de grandes y chicos, el hombre toca la guitarra en la espalda. «No en la nuca o detrás de la cabeza como hacen algunos, sino con el instrumento en la espalda», aclara de inmediato.
Viene alguien, lo invita y el hombre está siempre predispuesto. Lleva su guitarra para compartirla con los demás.
Porque allí radica una de sus claves, una de sus principales virtudes: compartir lo que aprendió de chico, brindar su arte a los demás, generar aplausos y recibir sonrisas. Muchas sonrisas.
Fabricio Bovier
(Agradecemos la colaboración de Fabi Gieco e Ignacio Rodríguez para esta nota)