Esa mañana, llegó con su esposa al Jardín y se ubicó en una de las sillitas que las Seños habían preparado para más de cincuenta papás y mamás del jardincito.
Keko no traía las manos vacías. Al igual que en los años anteriores, llevaba dos barriletes: el suyo y otro más.
Ese otro barrilete era el que Keko se encargaba de armar anualmente para que las maestras del Lucerito lo sortearan entre los papás presentes.
Y así fue. Numeritos a una bolsa, mano que toma uno al azar y feliz afortunado.
“Mirá mamá la cometa que me gané”, dijo una chiquita sentada en la otra punta del lugar, mientras corría a retirar su preciado trofeo que en pocos minutos ya más estaría tomando vuelo propio.
Keko Alzugaray, de él se trata esta historia, es un artesano del barrilete. Conocido en el barrio como minucioso fabricante de esos objetos que maravillan a chicos y grandes desde lo alto, todos los años regala una cometa al Jardín de la Escuela Nº 12.
Lo hace para la jornada que se organiza anualmente y donde papás y niños deben confeccionar durante toda la mañana una cometa que luego remontarán (o al menos intentarán) en la canchita de atrás.
Keko ya no tiene hijos chiquitos. Los suyos están grandes. Pero tiene sobrinitos que concurren a las salitas de Jardín. Y como sabe lo que significa para un niño ver un barrilete en lo alto, el hombre sigue participando activamente de la jornada. Regalando barriletes, regalando sueños.
Así, año tras año arma uno y lo obsequia para ser sorteado entre todos los niños. Como esta vez, que volvió a llevar uno preparado especialmente para la ocasión.
Un gesto que despierta sonrisas en numerosos ojitos brillosos que miran hacia arriba, toda vez que uno de esos objetos mágicos parte del suelo y se eleva hacia lo alto del cielo.
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