(Escribe: Vanina Sione)

La fibromialgia está considerada como enfermedad por la Organización Mundial de la Salud (OMS) e identificada como entidad desde el año 1904. De causa desconocida y clasificada como reumatismo no articular, es un trastorno caracterizado por dolor músculo-esquelético generalizado, existiendo una serie de puntos que presentan dolor excesivo. Además, está  acompañada por fatiga y problemas de sueño, memoria y estado de ánimo, depresión, ansiedad, dolores de cabeza y rigidez articular entre otros doscientos síntomas más. Se cree que la fibromialgia amplifica las sensaciones de dolor porque afecta el modo en que el cerebro y la médula espinal procesan las señales de dolor y de no dolor. Los síntomas a menudo comienzan después de un evento, como un traumatismo físico, cirugía, infección o estrés psicológico significativo. Los medicamentos, la terapia conversacional y la disminución del estrés pueden controlar los síntomas. Actualmente, resuena en pacientes recuperados del covid 19, cuando refieren a esa sensación de “me duele todo, parece que me pasó un camión por encima”, “tengo el cuerpo molido”…Hasta aquí, alguna de las múltiples definiciones  y voces que se pueden escuchar acerca del tema, se pueden buscar en Google y es aún  parte  de un debate médico controversial.

La Fibromialgia desde mis pantuflas

El dolor siempre es revelador, leí por ahí. No es sólo físico, de hecho, su manifestación en el cuerpo es el reflejo finalmente de lo que el alma calla, ya que somos una unidad. Sí, dije alma, espíritu, cuerpo etéreo, como quieran llamarle. Eso que no vemos pero está ahí. Eso que nos hace únicos e irrepetibles, quienes somos en verdad y en esencia. Y es un arte aprender a relacionarnos con nuestro cuerpo en su integridad total, de modo tal que empecemos a comprender los mensajes (¿álmicos?) que hay detrás de cada enfermedad. ¿Qué nos está diciendo de nosotros mismos y de nuestros entornos? Como muchos afirman: la puerta de salida es hacia adentro. Por ende, es necesario desconectar con tanto ruido y ajetreo exterior para conectarnos con nuestro interior, donde sabiamente están (¿todas?) las respuestas que buscamos. Y después de haber escuchado y leído a otras voces hablar desde afuera sobre la fibromialgia FM, sentí una genuina necesidad de hacer un aporte sobre el tema usando mi voz, es decir, la del paciente, desde mi propia experiencia y sentir.

Fui diagnosticada en octubre de 2014. Finalmente había una palabra para referenciar todo el combo de síntomas desagradables y dolorosos que me estaba enfermando desde hacía unos meses: fibromialgia. Casi a la par, llega otra con una vibra especial: rehabilitación. Desde hace siete años, me encuentro transitando ese proceso de regenerar o reparar mi vida, sanando la propia historia, abrazando su lado más oscuro y aprendiendo a transformarlo para dar lugar al más luminoso, a esa belleza colateral o escondida de la que se habla por ahí.

Recuerdo con gratitud al médico traumatólogo que acertó con el diagnóstico. “Es de la familia de la artritis y artrosis. No se conoce cura hasta el momento, te puedo dar esta pastilla para mitigar un poco el dolor físico, pero es sólo un paliativo”. Ante mi cara de “fibroqué???”, se dio cuenta que no estaba entendiendo nada; se tomó un momento para observarme con un poco más de distancia y, en tono categórico, decirme: “Esta pastilla no te cura de nada. Del lugar donde estás, no te saca nadie, excepto vos misma. Liberate, sé feliz y hacé deportes…” Me están cargando, pensé. Seguía sin comprender.

Semana tras semana, mi cuerpo se volvía cada vez más extraño, vulnerable por completo,  dolía sin respiro ni descanso… Cada día era un desafío apenas encontrar la fuerza para salir de la cama,  poder levantarme  y continuar con la vida, así como la conocía hasta el momento. “Si no tiene cura, ¿cómo hago? ¿Cómo se vive así? Entendí que me estaba enfrentando al resto de mi vida soportándola, remando en cemento fresco sólo para no ahogarme en el dolor, apenas para con mucho esfuerzo físico, mental y emocional, mantenerme a flote. Desaliento y frustración.

“Si lográs llegar al verdadero origen del dolor, lo que lo ocasionó, podés sanar” ¡Bendita palabra! Bendita la persona que la trajo a mi mundo, desastrado en ese momento. Se encendió una luz muy pequeña en mi interior y comenzaron a llegar otras: equipo, abordaje interdisciplinario, psicoterapia, fisioterapia, osteopatía, yoga terapéutico, seminario de vida en el Espíritu Santo, nutricionista, sin gluten, sin lactosa, jugos naturales…..todo natural, poca compu, poco celu… ¡¡¡NATURALEZA!!! La gran maestra de la sabiduría. Gracias a la posibilidad de vivenciarla con cercanía y lentitud, empecé a entender lo que me explicaban del cuerpo humano, el sistema nervioso parasimpático y su función intrínseca: la de restaurar el equilibrio perdido en el cuerpo. Parece que éste  enferma cuando hay, en algún plano más etéreo, un desequilibrio entre el dar y el recibir.

Desconectar, descansar, disfrutar llegaron después.  Cargando un dolor físico que agota hasta el hartazgo en sus períodos más críticos, se me enseñó a acompañar el dolor de otros y así, desde la fe,  aliviar las cargas al compartirlas. Comencé a darme cuenta de la maravillosa complejidad del cuerpo humano y de cómo nuestras emociones pueden enfermarnos o contribuir en nuestros procesos restaurativos. Es clave, entonces, reconectarnos con ellas, reconocerlas, nombrarlas y aprender a gestionarlas o tramitarlas, es decir, ¿qué hago con lo que estoy sintiendo? Soltar, una gran palabra que indica la puerta de salida del cuerpo emocional. Hablar. Transformar, la herida en perla, un miedo en una pintura y la añoranza de un ser querido en una deliciosa torta marmolada, por ejemplo. Perdonar, hasta lo humanamente imperdonable… Aceptar. Escribir. Crear. Plantar. Podar.

Recordemos que la palabra hablada también es energía y puede vibrar con estilo propio. Cada palabra lleva en sí misma un poder energético capaz de alentar, potenciar, crear, habilitar mundos posibles o entristecerlos y resquebrajarlos. Para cualquier persona que esté atravesando un momento de dificultad física y/o emocional, hay frases que suman: por ejemplo: “te acompaño”, “¡vos podés!”, “paso a paso”, “de a poco”, “despacio”, “descansá”, “cuando puedas”, “¿cómo te ayudo?” “te escucho”, “te veo”. También hay gestos, tonos de voz, miradas, actitudes que son de gran apoyo emocional en tiempos de un brote, crisis o episodio de fibromialgia. Las que definitivamente restan son “Y ahora qué te duele?”, “Cansada de qué? Si no hiciste nada!”…

En definitiva, lo que cuenta es el respeto hacia el otro y su dolor . Respetar y acompañar. Lo que para otro es normal, para mí ha sido por años una imposibilidad física o emocional. En lo cotidiano, por ejemplo, un bolso, una puerta, una silla, cualquier cosa que normalmente pasa sin registro consciente,  de pronto se torna “demasiado pesada” para ser movida o cargada. Y en el plano emocional, el miedo puede llevar las de ganar cuando no ha sido destraumatizado y posteriormente naturalizado, puede incapacitar la vida socio-emocional de una persona.

El miedo, ¡achalay! Todos los miedos juntos, disfrazados. Miedo por callar; miedo a hablar. Miedo a lo desconocido: lo que se desconoce no se puede nombrar. Entonces, el cuerpo busca el modo de “decirlo”. El cuerpo lo dijo, lo gritó, lo lloró de mil maneras hasta que comencé a escuchar, aprendí a desandar el camino… a mirar de frente y a nombrar la herida que ocasionaba tamaño dolor y me hacía tropezar con la vida. Desde hace un año, me están  ayudando a tramitar las emociones más fuertes asociadas a ella, lo que me es propio y lo más importante: lo que NO es mío.

Desde hace casi cuatro meses, el dolor del cuerpo se está desvaneciendo, las contracturas cediendo y la fuerza muscular reapareciendo un poquito más cada día como nunca antes en estos ocho años. El miedo ya no me dificulta respirar, pude volver a mi trabajo, mi vocación en esta vida,  y en un contexto tan hostil como el actual. “Lo que se tapa, se pudre”: era cierto no más!

Este tiempo de crisis global; de barbijos, burbujas y distanciamiento social,  es también un tiempo de posibilidad, de evolución y reconexión con nosotros mismos y nuestros entornos, buscando sanearlos de tanta queja, crítica destructiva, egoísmo y frialdad. Liberando todo nuestro potencial creativo para encontrar caminos de salida que nos encuentren andando empáticamente a la par. Con respeto, ante todo. A lo que es público porque lo hacemos entre todos y a lo que es de índole privada porque es nuestra intimidad protegida, nuestro tiempo-espacio personal.

En fin, el dolor existe, es parte de la vida y necesita “hablar”.  Lo puedo silenciar, pero el cuerpo humano es naturalmente sabio y más tarde que nunca buscará el modo de “hacerse escuchar”. Estas líneas son apenas una parte de un camino terapéutico integrante de años. Compartirlas, es un modo de agradecer a la Vida por tantas personas maravillosas que ha puesto en el camino para guiarme con sabiduría, firmeza y prudencia por las zonas más oscuras del viaje. Y si este relato logra encender una luz pequeñita en las zonas oscuras del corazón de alguien que lo lea, sería entonces otra gratificante pincelada de “belleza colateral”. El relato de otros, lo iluminó en mí. Se puede, porque “En Dios, todo es posible” (Mateo, 19:26). Y es el Amor lo que nos sana.