En febrero de 2016, una mujer de Viale sufrió el robo de su bicicleta, ubicada en el patio del Hospital Dr. Castilla Mira, lugar en el que ella se desempeñaba laboralmente. Al cabo de unas horas, la policía logró recuperarla y devolverla a su propietaria.
Así lo consignábamos los medios (incluido el nuestro) en aquel momento: «Este jueves, cerca de las 13:00 horas, se tomó conocimiento telefónicamente de la sustracción de una bicicleta tipo Mountain Bike color azul cromada marca Ranger y en buen estado de conservación. Como característica, la misma presentaba una botella color azul marca Shimano».
Continuaba la nota periodística: «Ante lo anoticiado, personal policial pudo informarse de un posible autor menor de edad oriundo de Paraná”.
La crónica finalizaba diciendo que unas horas más tardes, la bicicleta había sido recuperada, habiéndose localizado al menor en el kilometro 33 de Ruta Nacional 18, quien al momento de ser identificado se conducía en la bicicleta sustraída.
Ahora bien, y como suele suceder con este tipo de noticias (donde hay menores involucrados), gran parte de la gente suele reclamar «mano dura», o penas severas contra quienes protagonizan este tipo de delitos.
Se busca atacar una enfermedad con aspirina, o pretender tapar el sol con la mano.
Muchos creen que con castigos más duros o penas graves, podrían resolverse cuestiones que son realmente más profundas. Bastante más profundas.
Los ladrones no vienen de Marte
Titulada «Los ladrones no vienen de Marte», el periodista Héctor Gambini (Clarín) escribió hace un par de meses: “Qué hacer con los menores que delinquen es una materia pendiente y necesaria, pero creer que si se baja la imputabilidad de 16 años a 15 habrá menos delitos de menores es ingenuo y frustrante. Tan absurdo como pensar que los menores dejarán de delinquir si se hace imputables a los chicos desde la salita de 3. Bajar la imputabilidad no bajará la inseguridad.
Uruguay tiene imputabilidad desde los 13 años y la inseguridad va en aumento. Los delitos no bajan porque se condene a los adolescentes desde más jóvenes ni porque se aumenten las penas a los delitos más graves. Bajan cuando menos gente delinque.
Y hay menos delitos cuanto más se resuelve la deuda social (hoy la mitad de los chicos argentinos son pobres y, de los adolescentes presos, la mitad no iba a la escuela cuando cayó detenido); cuando en la calle hay condiciones reales de seguridad (con policías profesionales y cámaras que funcionan); con sanciones judiciales serias (un año de cárcel efectiva es más duro que tres años en suspenso), y con cárceles donde se cumpla la pena con condiciones para la reinserción social y no para la vergüenza inhumana.
Si no hay trabajo de reinserción adentro no habrá más seguridad afuera. Es así en todo el mundo.
“No es seguro que combatan la inseguridad si no es con un plan real que involucre asistencia social, educación inclusiva, profesionalismo policial, coherencia judicial y seriedad carcelaria», sostiene Gambini.
La bicicleta
No se trata aquí de avalar o defender el robo de una bicicleta o de una garrafa. Se busca, simplemente, en pensar otra salida a los problemas de inseguridad.
Problemas que no se resuelve de un día para otro ni con una varita mágica. Se resuelven con medidas a largo plazo, basadas en la educación, en la verdadera inclusión y en proyectos que nos integren a todos. Y cuando decimos a todos, es a todos.
Porque el niño que se llevó la bicicleta del Hospital, un jueves de febrero, no pretendía hacerse una fortuna. Buscaba, ni más ni menos, que volver a su casa para estar con su mamá.
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