Avenida Juan B Justo 9240, ciudad de Buenos Aires. A media cuadra del estadio de Vélez Sarsfield. Allí vivió su infancia Enrique Suárez. Era chico, muy chico aún y cuando cumplió  11 años se marchó de su vivienda con destino obligado al trabajo: Primero verdulero y luego una seguidilla de tareas: lechero, canillita de diarios, vendedor de golosinas en los trenes, albañil y posteriormente ayudante en diversos comercios.

De su casa se fue a los 11 años y desde ese momento, nadie más en su familia tuvo noticias suyas. Hasta los 20, cuando volvió con el uniforme de soldado. Lo cuenta orgulloso Suárez. «A los 20 años empecé el servicio militar y el día que volví a casa con uniforme, mis padres se largaron a llorar. No sabían qué había sido de mí en esos largos nueve años», cuenta ahora.

Lo dice sentado  en «su despacho», una pequeña dependencia ubicada en la terminal de ómnibus de Viale, donde prepara diarios, apila encomiendas, vende turrones y calienta agua para los choferes de ERSA, San José y otras empresas de transporte.

 

Nueva terminal

El 2 de septiembre de 1990 se inauguró en Viale la Terminal de Ómnibus. A la semana siguiente, desde el Municipio convocaron al «Porteño» para que se hiciera cargo de la limpieza de la flamante terminal. Han pasado 27 años de aquel día y hasta el día de hoy, el hombre sigue firme en el lugar.

Tiene un pequeño puesto donde vende caramelos y galletitas y es el encargado de las encomiendas que llegan y parten a diario desde la terminal.  A los horarios de colectivos los conoce mejor que la palma de su mano.

«Siempre me la rebusqué honradamente y sin tocar lo que no es mío», cuenta. Enseguida se levanta del sillón en el que está sentado y me muestra el contenido de tres bolsas. En una hay más de cien latitas achatadas de Coca Cola. En la otra hay cobre y en la última diversas piezas de plomo. «Yo junto todo esto y luego lo vendo. Y no me da vergüenza contarlo, porque es algo que hago desde hace años», dice el hombre. «Es mi manera de ganarme la vida», cuenta con ojos brillosos.

El hombre sabe que eso de «ganarse la vida» es mucho más que una frase. Llegó a Viale hace más de cuarenta años proveniente de Buenos Aires sin más pertenencias que un horizonte a lo lejos y un bolsito bajo el brazo. Y nada más. En aquella época, y durante varios meses, pidió trabajo en el Municipio y en algunos comercios. Pero como no lo conocían, le costó el doble realizar las primeras changas. Pagar el derecho de piso fue bastante duro.

Hoy, el hombre se convirtió en un entrerriano más. Su cara flaca y cuerpo diminuto es una marca registrada en la terminal. Llega todos los días bien temprano y se va cuando el sol ya no aparece allá arriba. Ese templo semi techado de arribos y despedidas es más que su segunda casa. En estas casi tres décadas de presencia activa en el lugar, Don Suárez hizo de la terminal su gran hogar y su lugar en el mundo.