Muchos lo recordarán trabajando en su pequeño taller, al lado de aquella puerta de madera alta en la primera casa de Viale, ubicada en la esquina de Panuto y Urquiza.
Algunos recordarán haberle llevado zapatos para arreglar, o guitarras que necesitaban una pronta reparación.
Otros tendrán la imagen del perro dóberman embalsamado. Un enorme animal en postura casi temeraria, ubicado sobre la vereda. Al lado del perro, varias piezas más embalsamadas por ese creativo llamado Domingo.
Hablamos de Domingo Claro Miraglio, un hombre que fue muchas cosas en su vida. Pero, antes que nada, fue un increíble autodidacta que hacía magia con sus manos.
Domingo vivió de chico con sus abuelos en el campo (en una vivienda ubicada en el camino vecinal entre Viale y Seguí). De niño ya podía advertirse su enorme talento y creatividad. Una vez, teniendo apenas 8 años, construyó la réplica de una máquina trilladora en madera, con absolutamente todos los detalles de una maquinaria real.
En otra oportunidad realizó un camioncito de juguete en hierro y madera. También, con todos los detalles de un vehículo de verdad. Ese niño ya iba perfilándose en lo que se convertiría en un futuro: Un gran autodidacta con un enorme talento en sus manos para construir juguetes, muebles y más tarde instrumentos musicales.
Pasaron los años, y siendo joven nunca dejó de hacer, de crear, de pensar cosas que luego llevaba a la práctica.
Cuando llegaron sus hijos, pocas veces fue a un negocio a comprar juguetes. Los fabricaba él, en su modesto tallercito. Autitos, camioncitos y la lista sigue…
«Yo lo recuerdo haciendo cosas. Siempre fabricando algo, creando». Quien lo cuenta es Darío, su hijo.
«Después de alguna tormenta, mi papá llegaba a casa con trozos de palmeras que el viento había volado en la plaza. ‘Para qué es todo eso?’, le preguntábamos casi al unísono en casa. Y nos respondía: ‘En algo se ocuparán’.
Y en algo se ocupaban. A los pocos días, Domingo ya tenía fabricadas varias mesas con las palmas de lo que el temporal había arrancado de cuajo.
Tiempo después comenzó a fabricar guitarras y charangos. Corría la década de 1.970. El entonces Interventor Municipal de Viale, Luis Pedro Cruz, quedó tan impresionando por la calidad de sus instrumentos, que le pidió una guitarra made in Miraglio. El objetivo era llevarla a un certamen de luthier que se realizaría en Buenos Aires.
El entonces Intendente de facto quería que Viale estuviese representado en el importante concurso de Capital Federal.
A las pocas semanas, aquel instrumento de un pueblo entrerriano formó parte del certamen. El jurado porteño quedó tan impresionado por la calidad de confección y la fidelidad de su sonido, que la guitarra vialense se llevó -de manera indiscutida- el primer premio.
Pero la gran pasión de Miraglio era la taxidermia. O dicho en otras palabras: La técnica de disecar animales. «Llegó a embalsamar perros, aves, monos, nutrias, patos silvestres, siervos, serpientes enroscadas en troncos y hasta el pingüino de una familia que llegó del sur argentino. Le encantaba embalsamar», cuenta Darío mientras muestra fotos del papá con varios de sus trabajos.
Tanto le gustaba la taxidermia, que durante algunos años tuvo uno de los stands más concurridos de la Expo Viale. Allí, para admiración de propios y extraños, Domingo exhibía sus trabajos.
Aquellas piezas exhibidas eran el asombro de grandes y chicos en cada exposición. También llevó adelante muestras de sus trabajos en escuelas y otros sitios públicos.
Sin embargo, había un problema en la tarea diaria de su taller: el uso de formol y su riesgo para la salud. Por ello, en más de una oportunidad, su propia familia tuvo que pedirle que evitara su utilización.
En una ocasión, embalsamó la cabeza de un famoso caballo de doma. El animal había muerto luego de una jineteada y su dueño quería preservarlo.
La cabeza del equino fue, al igual que el resto de piezas en las que trabajaba ese autodidacta, un objeto digno de admiración.
Domingo Claro Miraglio falleció el 27 de octubre de 2013. Sin embargo, su partida física no impidió que al día de hoy, cientos de sus trabajos sigan generando asombro y encanto por distintos lugares del país donde se encuentran exhibidos.
Ese artesano, de perfil bajo y trabajo incansable, logró desde un reducido taller, que su obra sea valorada en varias provincias argentinas. Pero poco en Entre Ríos. Aquel famoso dicho otra vez recobra fuerza… Nadie es profeta en su tierra.
Fabricio Bovier