Vivió mudándose de casa en casa durante mucho tiempo, a raíz de los continuos bombardeos. Padeció el hambre, el frío y soportó  carencias de todo tipo. Sin embargo, con su familia pudo salir adelante. A los pocos años que finalizó la Segunda Guerra Mundial, se volvieron a la Argentina. La historia de Felipe Ruggeri, testigo directo de las gravísimas consecuencias que deja una guerra. Pero también, de lo que significó para Italia levantarse y volver a resurgir de las cenizas.

 

La familia de Esteban Ruggeri y Nuncia Salamone tiene un gran historia sobre sus espaldas. Una historia llena de partidas, reencuentros y carencias materiales de todo tipo.

Esteban era Capitán de Marina de ultramar de un barco a vela en Italia. Durante un tiempo, trabajó en un barco inglés con el que en la década de 1.930 llegó hasta el Puerto Diamante a cargar trigo con destino a Inglaterra. Aquí le ofrecieron quedarse a vivir en nuestro suelo.  Y como quería hacerlo en algún lugar  donde hubiese familias italianas, eligió Viale como pueblo.

Luego conocería a Nuncia Salamone (argentina, hija de italianos), con quien se casó y con quien tuvo seis hijos: Ángel, María, Tita, Rosa, Raquel y Felipe Alberto.

Corrían los primeros meses de 1.939, cuando el gobierno italiano de Benito Mussolini ofreció repatriar a todos los italianos que habían llegado a Argentina. «Por eso, mi padre y mi madre decidieron irse a Italia con todos sus hijos», cuenta Felipe quien por entonces tenía apenas 7 años.

Y precisamente fue en Italia donde conocieron la crudeza de la guerra y el hambre en carne propia. Es que a los pocos meses de llegar a Europa, comenzó la Segunda Guerra Mundial.

En diálogo con NuevaZona, así lo cuenta Felipe: «Yo tenía siete años cuando nos fuimos a vivir a la ciudad italiana de Palermo, Sicilia. Allí pasamos hambre y muchas carencias. Faltaba de todo en Italia por aquellos años de guerra. Vivíamos de edificio en edificio, ya que continuamente bombardeaban las ciudades. Estábamos unos días en una casa y luego en otra y así…»

«En Italia no sobraba nada. Todo faltaba, principalmente alimentos. Y todos los que vivíamos allí pasábamos hambre  y necesidades», explica Felipe.

«Aquí en Argentina no sabemos vivir, nos manejamos mal. Para aprender a vivir, primero hay que saber sufrir. En Europa, como conocieron la guerra en carne propia, aprendieron a vivir. Cada familia, sea pobre o rica, en un pedacito de patio o de tierra cultivan una planta de tomate,  perejil, acelga. Ellos hasta incluso en un cajón de madera siembran lo que consumen. Nosotros, en Argentina, derrochamos todo y no sabemos cuidar», sostiene Ruggeri.

«En Italia todo el mundo trabaja: Desde los más adinerados hasta los más humildes. Su cultura del trabajo es impresionante. Los problemas que tenemos en Argentina no se solucionan metiendo gente presa o matando personas. Hay que civilizar a la población, enseñarle a trabajar, aprender a cuidar, como hacían nuestros abuelos y como siguen haciendo hoy en Europa».

Don Ruggeri  no se olvida más lo que fueron los años de la guerra en Italia. Y con lujos y detalles, describe las cantidades exactas de alimento que le brindaba el gobierno a cada persona por día: 125 gramos de pan, 50 gramos de fideo, 15 gramos de azúcar. «En el Municipio, a cada familia le daban una libreta y con esa libreta se iba registrando cuantos alimentos se le daba a cada uno por día», cuenta.

Esteban, papá de Felipe, intervino durante la Segunda Guerra en la Cruz Roja militar. No participó en el frente de batalla, ya que a raíz de su edad (45 años tenía en ese momento), actuó como integrante de la Cruz Roja.

«Todo el mundo pasó hambre esos años en Europa. Por eso aprendimos a cuidar cada gramo de alimento. Cuando almorzábamos, para que no se nos cayeran las miguitas de pan al suelo, nos tomábamos con las manos nuestra campera o pullover y lo estirábamos hasta el borde de la mesa. Así, lográbamos juntar cada miga de pan, para no perderla».

Para sobrevivir, Felipe junto a sus padres y hermanos recorrían campos y juntaban algunas espigas de trigo que todavía no habían sido levantadas. «Las desgranábamos nosotros con un garrote de madera. Y había algunos molinos que de contrabando nos molían el trigo. No olvido más la imagen de mi padre, poniendo sus manos donde caía la harina del molino para comerla cruda por el hambre que tenía en ese momento», explica sobre la dura realidad de entonces.

 

 

Bombardeos

Cuando bombardeaban desde el aire, recuerda, los edificios se partían y quedaban destrozados. «Por eso corríamos de un lado a otro cada vez que llegaban los aviones. Cuando tocaba la sirena, muchos se escondían en los refugios públicos que había en la ciudad. Eran lugares subterráneos con un gran techo de hormigón, que servía para contener el impacto de las bombas. Yo en ese momento tenía entre 8 y 9 años y no lo olvido más. Ver gente malherida  era algo de todos los días y las ambulancias no alcanzaban para tantas personas heridas y tantos muertos».

 

 

La vuelta a la Argentina

La Segunda Guerra Mundial culminó en 1.945. Unos años después, la familia Ruggeri decidió regresar a nuestro país. Fue cuando el gobierno de Perón ofreció repatriar a los argentinos que vivían en Europa. Por eso, la familia no lo dudó y se embarcó con destino a nuestro país unos años después del fin del conflicto bélico.

 

 

Una guerra que dejó  60 millones de muertos

Según se calcula, la cantidad de víctimas fatales que dejó la Segunda Guerra Mundial ronda las 60 millones de personas.

Entre las víctimas mortales se cuentan tanto combatientes como también, y principalmente, población civil, víctima de la propia violencia de los enfrentamientos armados, en especial durante los bombardeos sobre ciudades, pero también como resultado de las particulares circunstancias del conflicto que llevaron a violaciones masivas de los derechos humanos siendo el fenómeno del holocausto su máximo exponente, junto con la deportación y reclusión en campos de concentración.