Los primeros casos que se conocieron sucedieron lejos. Y cuando decimos lejos, es lejos de verdad. Asia, África y luego los países europeos…
Un día llegó a Buenos Aires, pero Buenos Aires también nos queda (y lo sentimos) muy distante. Y cuando algo nos queda muy lejos, creemos que no nos tocará. Nunca.
La cuestión luego arribó a las ciudades más importantes de las provincias. Comenzó por la gente mayor, muy mayor. Casi tranquilos, creímos que no nos tocaría.
Además, todavía faltaba un trecho para que llegara a los pueblos. Seguíamos sintiendo el problema lejos. Muy lejos.
De forma paralela, el Presidente, los gobernadores y el Intendente se cansaron de pedirnos (rogarnos) que nos cuidemos, que el tema venía pesado, que no era para mirarlo de reojos.
“Es una gripe fuerte”, me dijo un amigo. “Somos jóvenes y si estamos bien de defensas, no es nada complicado”, me explicó otro. Durante unas semanas, les creí. Encima, los grandes medios siguieron con la jodida grieta. Mientras un canal decía que todo era un gran invento, el otro contaba los muertos.
Finalmente, un día y casi sin previo aviso, el virus llegó a nuestros pueblos. “Van a ser cuatro o cinco casos por localidad”, afirmó alguien. La realidad derribó aquel pronóstico en pocas semanas. Tres ejemplos claros: Crespo alcanzó los 185 casos; Viale superó los 90 y San Benito roza los 110 contagios. Y como si fuera poco, la muerte en soledad a la vuelta de la esquina.
Voy a ser sincero conmigo mismo: Al principio tuve mis dudas sobre el COVID. Me costó creer que veríamos tan de cerca al virus y que nos jugaría tan duro. Me llevó un tiempo aceptar que no sería una cuestión para tomarla a la ligera. Cuando menos acordamos, la realidad nos azotó contra la pared, desnudos y sin anestesia.
Hoy son demasiadas las familias afectadas, golpeadas. Y a medida que pasan los días, la famosa curva de contagios no quiere aflojar. La fría estadística se niega a bajar.
¿Y entonces? ¿Cómo seguimos? Primero, reconociendo nuestros errores y aceptando que el COVID no era un asunto menor.
Segundo, volver a insistir (empezando por casa) con el auto cuidado. Nos cuidamos y cuidamos al prójimo.
Tercero, y para terminar, pidiendo perdón por aquello que pudimos hacer y no hicimos. Por las actitudes que tuvimos y que no contribuyeron a la prevención, olvidándonos que un sacrificado equipo de salud ya no da más y trabaja con el último respiro.
Tal vez así comprendamos que estamos tocando fondo y que ahora nos queda resurgir. Hagamos el esfuerzo entre todos. Quizás esa sea una forma de renacer.
(FB)