El domingo 10 de diciembre de 2023, Alberto Fernández, un abogado porteño que jamás soñó -y nunca supo- ser presidente, entregará los atributos presidenciales al quien continúe en el cargo, quien probablemente será de distinto signo político.

Su gobierno inició con un gabinete imposible de memorizar, no sólo por el número de funcionarios, sino además por la ignota lista de miembros que lo componían -en cuanto a volumen político se refiere-. Este presidente -y su gabinete- fallaron siempre en la comunicación la cual fue, siendo generosos, entre pésima y desastrosa -más aún cuando se la compara con la máquina perfecta de comunicación y marketing que fue, y sigue siendo, Juntos por el Cambio. Tuvo el mayor número de errores no forzados que le conozcamos a un gobierno desde 1983 a la fecha. Desaprovechó circunstancias favorables y “balas de plata” de manera sistemática. Pero por sobre todo cometió el único error que el peronismo -ese “recuerdo que trae votos”, como lo describe Julio Bárbaro- no perdona: tener poder y no ejercerlo.

Alberto Fernández no logró entender una verdad fundacional de su gobierno: él, como figura política tiene un voto. En 2019 la mayoría lo votó como mal menor, ante la catástrofe de los meses finales del Macrismo -gobierno exitoso en sus objetivos reales no explicitados, tema para otro escrito-. El electorado confió en una coalición que reunió a todo el arco filoperonista, e incluía como puntos destacados a la actual vicepresidente y a Sergio Massa -quienes aportan el grueso de los votos-. Cristina Kirchner -razonable- le habría dicho a su hijo “tal vez nos alcanza para ganar, pero no para gobernar”. En una jugada magistral y, renunciando la posibilidad de ser presidente por tercera vez, eligió a un operador político como cabeza de fórmula. Y la fórmula funcionó.

Luego, el gobierno de A.F., empezó a terminar desde el primer día. Y terminó -virtualmente- con el nombramiento de Massa como ministro de economía. Hoy C.F.K. y Sergio Massa gobiernan “en nombre y representación de Don Alberto Fernández”, por mérito de este último. Repito, el poder se ejerce, no se declama. La otra opción era, a qué negarlo, una -o dos- renuncia/s y asamblea legislativa -opción prevista en la Constitución Nacional-.

Errores no forzados, eternas dubitaciones, intrigas de palacio, diarios de Irigoyen, aislamiento en mesa chica, tragedia económica y, en términos de Miguel Bonasso, distancia insoportable e insostenible entre “el palacio y la calle”, hacen que su gobierno esté virtualmente finalizado 17 meses antes del vencimiento del mandato. ¿Cómo olvidar la foto de cumpleaños de su esposa en la quinta de Olivos -palacio-, cuando la calle sufría los efectos de la pandemia y el aislamiento? O la menos conocida -y más frívola- foto del presidente con su mascota Dylan -figura durante la campaña de 2019- llegando en helicóptero a Chapadmadal -palacio-, en un país con la mitad de la población viviendo en la pobreza -calle-.

El presidente, que se auto percibe como un gran orador -del estilo de Raúl Alfonsín-, deberá aceptar en lo futuro que todas sus intervenciones serán exclusivamente protocolares, con discursos leídos y previamente corregido por terceros. Cada vez que hable fuera de guión, se convertirá en un riesgo para su gobierno y para la coalición de la que forma parte. Alguien debería advertirlo y sugerirlo. Es a partir de hoy una escarapela con voz, pero sin voto. En su futuro político lo espera una pensión como expresidente y, alguna representación de Argentina ante organismos internacionales.

El 2 de agosto de 2022, Sergio Massa renunció como Diputado de la Nación y, lanzó -tácitamente- su candidatura como presidente. Tiene diálogo con los gobernadores, con los intendentes del conurbano -seudo gobernadores-, con los miembros de ambas cámaras, con el mundo del fútbol -vital en este país-, con el mundo financiero y empresarial y, con Washington -vital en cualquier nación occidental-.

Massa imagina transitar un camino similar al de Fernando Enrique Cardoso en Brasil, primero como ministro de economía, -artífice del plan real y del fin de la inflación en aquel país- y luego como presidente, -tal vez con un paso previo por la Jefatura de Gabinete de Ministros-. ¿Lo logrará? Claro que no lo sabemos. Tiene músculo para intentarlo, es pragmático. Una vez más, el poder se ejerce o se pierde. Sobre todo en Argentina.

Marcelo Albarenque