En enero del 2002, la empresa crespense Sagemüller decidió abandonar el negocio del procesamiento de pollos, dejando en la calle a los 179 empleados que trabajaban en la planta avícola de dicha localidad.
El mismo día de recibir los telegramas de despido, numerosos desocupados quemaron gomas y golpearon cacerolas en las calles de Crespo. Era la primera vez en la historia de esa ciudad que ocurría un hecho de tales características.
Quien esto escribe cubrió en ese momento la noticia para el Semanario paranaense Análisis. La postal era bastante preocupante: el principal frigorífico de la localidad había bajado persianas y la incertidumbre era la palabra más escuchada en la capital de la avicultura.
Hoy estamos lejos de un panorama similar. Sin embargo, estos últimos días se encendió una luz de alerta con la reaparición en escena de las importaciones de carne de pollo desde Brasil. Según los datos de SENASA, en el primer bimestre ingresaron 70 toneladas después de muchísimos años en que ese flujo comercial había desaparecido. En los años 90, los pollos brasileños eran un serio limitante para la industria avícola local, que recién luego de que se cerraran las importaciones pudo comenzar a desarrollarse con vigor.
Al cerrarse el ingreso de pollo brasilero, la ciudad de Viale fue una clara muestra del impulso que tuvo la avicultura. Alcanza un solo dato para pintar el panorama del que hacemos referencia: La principal generadora de mano de obra vialense (Stertz) es una empresa del rubro avícola. Su emprendimiento en el Parque Industrial fue el que brindó a la ciudad el principal despegue del que se tenga memoria.
Sin embargo, en caso que el gobierno nacional no decida ponerle freno ahora a las recientes importaciones de pollo brasilero, el panorama puede tornarse de gris a oscuro.
Los argentinos ya probamos este tipo de recetas en los años 90. Y así nos fue… Por eso, si hoy el estado nacional no se pone los pantalones en este tema, las consecuencias podrían ser muy graves para el futuro de nuestros pueblos.
Estos días, el ingreso de pollo del vecino país a nuestras góndolas encendió la luz amarilla. Y en el semáforo, del amarillo al rojo hay un solo paso. Fabricio Bovier