Costó (y cuesta) respetar el aislamiento y las exigencias que el gobierno nacional nos pide encarecidamente todos los días.
Costó mucho (y sigue costando mucho) no cruzarse de vereda a charlar con el vecino o ir hasta la esquina.
Nos costó y nos sigue costando horrores. Todo esto, que se entienda, desde una perspectiva de adultos. Desde una mirada de hombres y mujeres que ya pasamos los treinta y los cuarenta.
Porque los niños lo viven, y lo entienden diferente. A ellos también les cuesta, cómo que no. Pero son más conscientes; tienen mucho más claro que nosotros los riesgos que acarrea el contacto social y el peligro de romper el aislamiento.
Los chicos, en su gran mayoría, saben que el rojo del semáforo es rojo y está para cumplirse, y que la cuarentena es para quedarnos en nuestro hogar.
Sin dudas que será bienvenida la medida de permitirles salir a caminar junto a un mayor por su barrio. Merecido lo tienen. Muy merecido.
Porque a grandes y chicos nos costó y nos cuesta mucho quedarnos encerrados. Pero no caben dudas que los peques fueron los primeros en entenderlo. Y, también, los primeros en cumplirlo.
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