Cerca del cordón, un grupo de nenes jugaba a  la pelota soñando con los goles de Messi, como siempre. Un poco más allá, las señoras tomaban mate mientras charlaban con sus compañeras de al lado, como siempre. Cerca de las hamacas, los chiquitos correteaban para no quedar demasiado lejos del tobogán, como casi siempre.

De a poco, otras cosas iban asomando en la plaza de los domingos: improvisadas mesas, modelos dispuestos a maquillarse, lápices, pinturas, divertidas alfombras, música. De a poco, la plaza tomaba color.  Y de a poco también, la gente se iba acercando para ver de qué se trataba la cosa.

Hasta que una Profe pidió música y comenzó a bailar. Primero se sumaron dos chicas, que luego fueron cinco. Luego fue el turno de la Capoeira, un arte marcial afro-brasileño que combina danza, música y acrobacias. Los más chiquitos se animaron y fueron de la partida.

Un poco más allá, dibujos y fotografías colgadas de una extensa soga ofrecía un recorrido visual sobre la naturaleza, la ciudad, el hombre y la mujer.

Esparcidos en todos los puntos cardinales, los fotógrafos pululaban como hormigas. Listos para darle clic a sus miradas.

Y así, de a poco, la gente se fue arrimando. Las señoras no abandonaron el mate, pero lo compartían con sus nuevos vecinos de otro sector de la plaza. Algunos chicos dejaron un ratito la pelota, y probaron a pintar sueños en una mesita. Otros se animaron a las acrobacias de la danza brasileña.

Y así, de a poco, la plaza de los domingos fue una apuesta distinta. El Centro Cultural Fusión, del Colo Lescano y su gente, ofreció una amplia gama de posibilidades. Y la gente no sólo que se apropió de la invitación. También se hizo protagonista.

(Fotos: Gentileza Liz Albeira)