Corría 1.967, cuando Carlos «El Chivo» Zaragoza solicitó permiso al Municipio para instalar una pequeña verdulería en algún lugar del pueblo.

Fue así que el entonces Intendente Dayub autorizó al hombre a construir un pequeño negocio en un espacio municipal. El lugar cedido fue un espacio ubicado en Avenida Perón, casi San Martín. Se trataba de un reducido local con una única puertita al costado y dos ventanas, que hacían las veces de mostrador.

Todas las mañanas, el Chivo abría su negocio y uno de sus pequeños hijos -en bicicleta- salía a vender manzanas y tomates por el pueblo.

Además, la esposa (Doña Fausta Zapata) acompañaba a diario a su marido en las tareas. La mujer tenía instalada en el local una rudimentaria máquina de tejer, con la que hacía pullovers que luego vendía en el barrio.

Religiosamente, el Chivo tenía una costumbre diaria: Cada mañana, al abrir su negocio, encendía la radio para escuchar tangos. «El tango era su pasión y nunca había silencio en ese lugar, siempre una melodía tanguera», me cuenta Leonor Teresa Zaragoza, hija del Chivo. La radio sólo se apagaba cuando el hombre se iba a su casa. Nunca antes.

Al cabo de unos años, la venta de frutas dejó de ser rentable, y poco a poco la verdulería fue dando paso al kiosco. «Mi padre comenzó a traer lo que le pedían sus clientes», cuenta Leonor. En ese listado figuraban galletitas Terrabusi en cajas de chapa, golosinas, girasol en bolsita atadas a nudo y cigarrillos «Colorado».

En un momento, el kiosco sufrió tres robos de mercadería. En las tres ocasiones, los amigos de lo ajeno habían ingresado por el mismo lugar: la puerta lateral. Con una patada reventaban los candados y ya estaban adentro. Cansado, el Chivo tomó una decisión: cerrar con barrotes la puerta desde el interior y salir por la ventana dando un saltito.

Nadie se hubiese animado a entrar por la ventana para robar, ya que estaba ubicada justo frente a la estación de servicio Shell, que contaba con personal las 24 horas.

El hombre falleció en 1999, pero su esposa y Lito, otro de sus hijos, continuaron el kiosco durante diez años más. También, con la rutina del tango que emitía aquella vieja radio que había quedado de su padre.

Un día, Lito recibió un llamado del Municipio de Viale. El Amanecer ya había bajado las persianas hacía un tiempo y la comuna proyectaba ampliar unos metros la calle. Para ejecutar esa obra, había un obstáculo a la visibilidad de los conductores: El antiguo kiosco.

«Me llamaron para explicarme que debían demoler el local, ya que había que continuar las obras de la Avenida», cuenta ahora Lito. La familia no podía presentar oposición: Si bien su padre era quien lo había construido, el terreno era municipal.

Fue así que Lito pasó al día siguiente de aquella llamada y retiró dos o tres cosas que aún conservaba el viejo negocio: Alguna silla, un oxidado exhibidor de cigarrillos y unas latas de galletitas Terrabusi. Y no mucho más.

Finalmente, el 5 de diciembre de 2012, a las 7 de la mañana, maquinaria municipal llegó al lugar y en menos de una hora, El Amanecer había quedado reducido a escombros.

«Durante mucho tiempo no pude pasar por allí. Era muy triste ver que ya no estuviese el kisoco de la familia. Era como si faltara algo en ese lugar», se sincera Leonor. Pese a la firmeza de sus palabras, su voz delata un nudo en la garganta. «No fue sencillo acostumbrarnos», agrega Lito.

Exactamente un año y seis días después de aquella demolición, a unos metros de donde había estado el kiosco, se inauguró el Paseo Francisco, con la imagen del Cristo Resucitado. Una imponente escultura de 6 metros de alto y 6 toneladas de peso, realizada por la artista nogoyaense Valentina Fernández.

Aquel pequeño kiosco, llamado El Amanecer y que por más de cuarenta años fuera un símbolo del acceso al pueblo, ya no despacharía galletitas Terrabusi en cajas de chapa. Ya no más cigarrillos Colorado ni girasoles en bolsitas atadas a nudo.

Aquellas melodías tangueras que todas las mañanas emitía la vieja radio del Chivo, comenzaban a apagarse definitivamente.

Esa palabra tan actual, tan de hoy, tan del mundo civilizado llamado progreso, comenzaba a borrar para siempre las marcas y cimientos de un viejo kiosquito. Un lugar que durante más de cuatro décadas fue paso casi obligado para dos generaciones de vialenses y que ahora, y para siempre, comenzaba a formar parte del inevitable olvido…

(Fabricio Bovier)