Ramón se mueve en el cementerio como pez en el agua. Conoce al dedillo cada metro cuadrado del lugar. Cada centímetro de vereda, pasillo o galería. Va para un lado, vuelve por el otro, inspecciona cada rincón. Es que el hombre conoce cada sector del predio como la palma de su mano.
Ramón Brupbacher lleva quince años trabajando allí. Comenzó a hacerlo con un Plan Trabajar, que la Nación implementó en una de las épocas más críticas de nuestro país. Y desde entonces, el hombre tiene como lugar fijo de trabajo el cementerio municipal de la ciudad.
Lo que para la mayor parte de nosotros es un sitio alejado, frío, solitario y final, para Ramón es «su» lugar. Allí concurre cada día de la semana cuando el reloj marca las 6:30 de la mañana. «Paso más tiempo aquí que en mi casa», me cuenta y en su cara se dibuja una sonrisa.
El mundo en el que nos movemos requiere todo tipo de tareas: Hay camioneros; hay personas que atienden negocios; hay operarios que manejan máquinas; hay quienes dan clase en un aula y otros que escriben diarios. La mayoría de nosotros trabaja con vivos. Y también están los sepultureros.
«Nosotros, como empleados del Municipio, prestamos un servicio a la comunidad, ya que nos ponemos a disposición del familiar», me explica sobre el rol de los tres empleados del lugar: Además de Ramón, allí se desempeñan Carlos y Daián.
«Nuestra rutina es recibir el cuerpo y realizar la sepultura», aclara el hombre. Pero el sabe, mejor que nadie, que su trabajo va mucho más allá de eso.
«Todo lo demás queda a criterio del familiar: Como coloca su lápida, si va en tierra, en nicho, en panteón o en el sector donde van las personas indigentes», agrega mientras señala cada uno de los sectores.
La cruz mayor
De niño siempre me pregunté qué sentido tenía semejante cruz que lo recibía a uno cuando ingresaba por la puerta principal del cementerio: Alta, robusta e imponente. Hoy pude sacarme la duda: A ese sector van a parar los restos cuando se vencen los plazos legales de la sepultura. Se conservan un año más luego del plazo vencido y si nadie los reclama, se depositan en el Osario general. O «Cruz mayor», como lo conocemos.
Pero a ese sector también acude gente que tiene familiares en cementerios muy distantes de aquí y que por diversas razones no pueden viajar. Y como una forma de «estar», llegan hasta la Cruz mayor a rezar o encender velas.
Entierro por dos
Hasta hace pocos años, cuando una persona sufría la amputación de un miembro (por ejemplo, un brazo o una pierna), podía solicitar -luego de un trámite- que ese miembro sea depositado en el cementerio. Era una forma de darle cristiana sepultura, como si se tratase de un cuerpo entero. «Cuando la persona fallecía finalmente, sus restos se juntaban con la otra parte del cuerpo que ya había sido enterrada tiempo atrás y se ubicaban en una misma tumba”, explica Ramón.
Ello ha cambiado los últimos años. De un tiempo a esta parte, son las empresas de tratamiento de residuos patológicos las encargadas de la recolección, tratamiento y disposición final de los restos humanos obtenidos luego de una cirugía.
El tiempo pasa
Hasta hace algunos años, la mayor parte de entierros se realizaban en el más absoluto de los silencios.
Sin embargo, ahora “algunas despedidas en el cementerio se llevan a cabo con aplausos y cantos. Y hasta hubo alguna guitarreada», cuenta.
Es que los aplausos, cantos o guitarreada son muestras de agradecimiento y cariño hacia la persona que están despidiendo. «Es como decirle: ‘Te agradezco por todo lo que vivimos; fue hermoso haber compartido con vos tantas cosas», explica Ramón.
Entre el personal del cementerio, a los acompañamientos se le dice ‘la cosecha de la siembra en vida’. «Es que todos quienes participan de un acompañamiento han tenido contacto o han compartido gratos momentos con quien falleció. Y ese acompañamiento es una forma que encuentra el familiar para seguir adelante e ir superando la dolorosa pérdida».
No estamos preparados para la muerte
Lo que hace Ramón y equipo es prestar un servicio y ponerse a disposición del familiar por si necesita algo. «Es una forma de estar al lado del doliente en ese momento tan especial que está atravesando y para el cual ninguno de nosotros está preparado», comenta. Luego se hace un largo silencio.
«Estando en este lugar, uno se da cuenta y valora muchas cosas que en otro ámbito no las advierte. En este sitio, uno encuentra a personas que vienen porque sienten necesidad de estar aquí y otras a las que se les hace muy difícil venir», explica. Y para ambos tipos de personas, los encargados del cementerio cumplen un rol más que importante y no siempre valorado: Estar.
Fabricio Bovier
(El informe completo se publicó en la Edición Papel del Periódico NuevaZona del viernes 13 de octubre de 2017)