La Escuela Nº 102 “Victoria de Chacabuco” guarda una riquísima historia. La entidad, creada el 21 de marzo de 1.929, comenzó a funcionar con 183 alumnos, en una vivienda cedida por el señor Melchor Comas (ubicada en la esquina de calles Tucumán y Panuto.
Tres años después, la institución se trasladaría a una nueva casona, en la intersección de calles 9 de Julio e Irigoyen (propiedad del señor Santiago Fucks). Para ubicarnos: En dicho lugar se encuentra actualmente el local comercial “María Florencia”.
Allí, la entidad funcionó durante casi 45 años. Pero la creciente matrícula de alumnos y las tremendas deficiencias edilicias (recordar que un tornado a fines de la década de 1.960 dejó dos aulas sin techo), obligaron a las autoridades a buscar alternativas para seguir brindando la educación a cientos de chiquitos que llegaban de todos los barrios vialenses.
En un momento (a fines de 1.969), la antigua Escuelita Nº 9, que funcionaba por entonces en el barrio Centenario, pasó a depender de la Escuela 102, aunque como anexo de esta última entidad. Sin embargo, ya no había lugar para más alumnos. Y la necesidad de espacio era más que urgente. Por ello, ese mismo año, se inauguró un aula construida con un vagón del ferrocarril, que cedió el Municipio.
Y a partir de aquí pasan a ser protagonistas dos mujeres que tendrán un rol fundamental, y no siempre reconocido: el de las ordenanzas. Se trata de Juana Díaz (para ubicarla, mamá de Puchi Pérez) y Angélica Ojeda (esposa de Ricardo Schwab).
Fueron precisamente Juana y Angélica las dos trabajadoras que durante años se encargaron de diversas tareas. Pero hay una de esas tareas que es parte central de esta historia: Ambas mujeres, contra viento, heladas, lluvia o calor, llevaron caminando durante años una olla tamaño industrial con mate cocido para todos los chicos que concurrían a la “escuelita-vagón”. Recordemos que ese anexo de la Escuela 102 se encontraba en calles Paraná y Saavedra del barrio Centenario.
Para poder llegar con el mate cocido, las dos trabajadoras debían sortear no sólo una larga distancia y calles de tierra. También tenían como obstáculo las vías del ferrocarril, que por aquellos años funcionaba normalmente.
Para poder atravesar la vía debían hacer peripecias con la olla, ya que tenían que levantarla más de un metro de altura para pasar por los molinetes que existían en los pasos ferroviarios. Y luego, claro está, caminar de costado por los durmientes con la olla a cuestas hasta lograr atravesar la vía.
Cuentan que no hubo un solo día que les faltara su taza de mate cocido y un pedazo de pan a los chicos que concurrían a la escuelita-vagón.
A la historia de nuestros pueblos la escribimos entre todos. Pero, principalmente, aquellos que –de manera silenciosa- tuvieron un rol fundamental en la infancia de cientos de chicos. Chicos que esperaban día a día con ojitos luminosos ver bajar de la vía a esas dos mujeres con una olla gigante de mate cocido.
(Fabricio Bovier)
(Agradecemos a las autoridades de la Escuela Nº 102, así como también a Puchi, Miguel y Ricardo por su aporte)