Nació un día 11 del mes 11 del año 1911. Y hay más datos curiosos: Su nacimiento fue a las 11 de la mañana.
De muy chico sintió curiosidad por la música. Sin embargo, como vivía en el campo, sus padres no tuvieron la posibilidad de mandarlo a estudiar a la ciudad para que aprendiera a tocar un instrumento. Pero lo que podría parecer a simple vista un obstáculo, para el sería un desafío.
Aquella curiosidad por las melodías que tuvo de pequeño, con el correr del tiempo se convertiría –lisa y llanamente- en una verdadera pasión para Alejandro Graf.
En su modesta vivienda rural no había instrumentos musicales, pero sí numerosas herramientas de trabajo. Entre ellas, un viejo serrucho.
Un día buscó del galpón aquel antiguo serrucho e improvisó un arco con cerdas. Se estaba gestando así un verdadero músico en potencia.
Probó de una forma y luego de otra. Insistió. Sabía que le costaría, pero sus ganas y su pasión podían más. Además, tenía un gran privilegio: su oído.
Fueron días; semanas; meses. Hasta que un día el resultado llegó: De pronto se vio (y se escuchó) tocando el serrucho. Sí, aquella vieja herramienta de trabajo guardada en el galpón comenzó a emitir sonidos, a esparcir melodías. A dar música.
Aprendió de oído, a puro esfuerzo y constancia. Con el correr del tiempo, la novedad comenzó a correr como reguero de pólvora en toda la zona: Había un muchacho que tocaba el serrucho. Y más temprano que tarde, Alejandro se vio compartiendo su música ante sus vecinos.
Con el paso de los años, siguió y siguió brindando sus melodías. Durante mucho tiempo lo hizo en la Iglesia Adventista y en numerosos encuentros religiosos. Pero, también, ante chicos de las Escuelas. Los maestros lo convocaban para que compartiera su arte con los chiquitos.
El hombre fue perfeccionando de a poco su manera de tocar. Tanto se perfeccionó, que hay una anécdota que lo pinta de cuerpo y alma: Cada vez que debía comprarse un serrucho nuevo, se instalaba una tarde entera en la ferretería de Tropini. Allí probaba uno a uno todos los que el negocio tenía para la venta, hasta que decidía finalmente cuál sería el serrucho elegido. Mientras tanto, a su alrededor se iba llenando de espectadores. Eran los clientes de la ferretería que llegaban al local y se sentaban a escucharlo con admiración.
Un tiempo antes de partir, Don Alejandro enseñó a tocar el serrucho a Boris D’Agostino quien continuó con el particular oficio.
Alejandro Graf falleció el 18 de mayo de 2.004, pero su arte sigue vivo toda vez que algún chiquito (hoy ya adulto) lo recuerda entrando a un aula, desenfundando su instrumento y comenzando a compartir su música.
(Fabricio Bovier)


