Pocos jóvenes han escuchado hablar alguna vez sobre el tema. Pero por más que  nuestra corta memoria se diluya con el tiempo, existen historias que vivieron nuestros abuelos y que merecen ser rescatadas del olvido.

Parecidas sacadas de una película de terror, varias provincias -entre las que se encontraba Entre Ríos- sufrieron una verdadera plaga hace varias décadas: el ataque de langostas.

«La langosta hizo desastres en el pueblo y en el campo. No quedaron cultivos ni quintas. Se perdió todo. Arrasaban con todo lo que encontraban  a su paso»,  recuerda hoy José Baranoff.

Don José tiene una memoria envidiable. Según recuerda, uno de los primeros ataques de langosta que sufrió nuestra zona ocurrió antes de 1.945 («Yo ya me había ido a estudiar a Paraná, y por eso recuerdo la época», cuenta).

A los pocos años, otra vez: una nueva manga. «La langosta hizo desastres en el pueblo y en el campo. La gente estaba desesperada. No quedaron cultivos, quintas, huertas, ni nada. Se perdió la lechuga, la acelga que se sembraba en cada vivienda; las langostas se comieron todo».

Para proteger los cultivos, explica el hombre, se utilizaban unos elementos conocidos entonces como «chapas de barrera, clavos de hiero especiales y lanza llamas».

Durante aquellos años, mucha gente de la zona rural se vino a vivir al pueblo. «La colonada se tuvo que ir del campo y establecerse en las ciudades, porque no se podía vivir por los ataques de langostas, que no dejaban prácticamente nada», recuerda.

«No había cereales ni pasto para los animales; era un problema muy serio».

«Era algo de no creer. Cuando las mangas de langostas llegaban, la gente tenía que encerrarse en sus casas, porque hasta entrababan a la vivienda», explica José.

La lucha contra la plaga

Carlos Eduardo Rotta trabajó durante 23 años en el Ministerio de Agricultura de la Nación. Durante buena parte de su tarea en el organismo, estuvo abocado a la lucha contra la langosta.

Casado con Genoveva Elvira Rodríguez, el matrimonio se trasladaba hacia diferentes puntos en distintas provincias, donde Rotta debía realizar su tarea.

«Trabajó durante años con un lanza llamas, que era lo que se utilizaba en aquel tiempo para el exterminio de la langosta. Hizo tareas en Corrientes, Córdoba, Santa Fe y el norte entrerriano», cuenta Genoveva.

«Cuando llegaban las mangas de langosta, la tierra quedaba pelada. Ni siquiera los árboles se salvaban. Yo recuerdo que hasta los durazneros quedaban prácticamente pelados», explica la mujer.

«Donde más se utilizó el lanzallamas fue en Santa Fe y Corrientes, pero poco en Entre Ríos. Lo que más se usó en nuestra zona era la chapa de barrera, para proteger los campos».

Como en el relato bíblico

Según indica SENASA , «es muy probable que el relato bíblico que hace referencia a una «gran nube de seres vivientes que devoran todo a su paso» haga alusión a esta plaga, que se reproduce a gran velocidad, puede movilizarse de a decenas de millones de individuos, formando mangas que oscurecen el cielo y pueden arrasar cultivos de cereales, oleaginosas, frutales, hortícolas, pasturas y montes naturales, además de dañar la flora nativa.

Una historia que comenzó en 1891

En Argentina, la langosta es la plaga que dio origen a las primeras acciones de nuestra historia en materia de protección vegetal. Fue en 1891 cuando se creó la Comisión Nacional de Extinción de la Langosta (CNEL) y se elaboraron los lineamientos iniciales de lo que entonces se denominaba «lucha» contra la plaga. En 1945 se crearía el Servicio de Lucha contra la Langosta.

A lo largo de estos casi 130 años, la manera en que se dio tratamiento a la problemática fue evolucionando. Así, pueden distinguirse tres grandes etapas según el tipo de procedimientos que se llevaron a cabo.

El primero corresponde a las llamadas luchas defensivas, cuando todavía no se había encontrado un método de control activo para contener la dispersión de los insectos. Por eso era frecuente levantar barreras físicas, para detenerlos en sus estadios ninfales y luego embolsarlos o bien quemarlos. En esta etapa, que se extendió hasta 1940, no existía una forma de controlar a los adultos voladores.

En el segundo período, (1944-1954), se introdujeron los primeros plaguicidas sintéticos y los equipos móviles mecánicos para pulverizarlos, pero no alcanzaron a evitar la alta densidad y dispersión de la plaga, que seguía afectando severamente a muchas provincias del país.

La última etapa fue preventiva: desde 1954 no se busca extinguir la plaga sino reducirla a su hábitat natural (en distintas áreas de Catamarca, La Rioja, Santiago del Estero y Córdoba), actuando de manera temprana y evitando que se puedan formar las famosas «mangas».

Los años más difíciles

Varios sectores de Entre Ríos se vieron invadidos por la langosta durante las décadas de 1940 y 1950. Por aquellos años de lucha contra la plaga, se utilizaron las chapas metálicas que hablamos anteriormente y que se utilizaban como barreras para evitar el paso de las langostas en su etapa de saltonas.

Al parecer, ese sistema de control fue desarrollado por los ingleses y luego vendido a distintos países que padecían la plaga, entre ellos, Argentina.

Las «chapas barreras» (de unos 50 centímetros de alto), permitían proteger los cultivos y detener el avance de las langostas en su periodo de saltonas. Se colocaba a los costados de los campos de cultivos por donde invadía este insecto.

Trabajos que dieron resultados

En la década de 1.950 se realizaron extensas campañas de fumigación durante la gestión de Juan Domingo Perón. En el año 1953, y ayudado con la aparición del insecticida conocido como DDT, se logró mayor eficiencia en el control, aunque no se logró acabar por completo con la plaga.

Genoveva Elvira Rodríguez era jovencita y así describe la tarde en que llegaron las langostas a Viale: «No quedó nada en pie. La tierra se convirtió en polvo. Los durazneros  quedaron sin nada y nunca más dieron frutos».

(Fabricio Bovier)

Nota publicada en NuevaZona el 19 de mayo de 2019