Una mirada sobre los pibes que delinquen y que están fuera del sistema. Un análisis escrito desde el corazón que apunta a la responsabilidad del Estado, pero también de nosotros como personas que prejuzgamos y que sólo vemos una cara de la moneda. Un análisis que nos interpela a no quedarnos en el simple pedido de «mano dura», sino que invita a indagar sobre la marginación, la falta de oportunidades y el desprecio que sufren muchos niños que hoy tienen problemas con la ley:

 

(Escribe: Alicia Amado)

Escribir por estos días sobre los chicos menores que delinquen resulta quizás un acto temerario que presume asumir riesgos que van más allá del juicio que la opinión pueda causar, aún así, quiero correr ese riesgo.

El tema de la inseguridad, la droga, los menores y las políticas de niñez son un tema tan amplio y complejo y con tantas aristas, que asumo conscientemente que no podré abarcarlo en su totalidad con la profundidad que se merecen porque la presente pretende ser solo una nota que invite a los lectores  a reflexionar desde otro lugar este tema tan sensible, sobre todo para los vialenses.

En el año 2005, en el marco del debate de la ley 26.061 de Protección Integral de Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes que fue sancionada por el Congreso Nacional el 28 de septiembre de ese año, se crea en Viale por Convenio entre el Consejo del Menor (hasta entonces) y el Municipio lo que se denomina el Área de Niñez, Adolescencia y Familia, un servicio de protección de derechos habilitado para intervenir en cualquier situación donde se vean vulnerados cualquiera de los derechos de los chicos enumerados en la Convención sobre los Derechos del Niño, desde los recién nacidos hasta los 18 años de edad.

En junio de ese año ingresé como Promotora de Derechos en el mencionado servicio. Este 11 de septiembre último, tuve la oportunidad de compartir un almuerzo con quienes hoy son tres amigas y en aquel mes de junio de 2005 comenzaron a ser mis compañeras de trabajo y parte del primer equipo técnico del Área de Niñez. Como dos de mis ex compañeras viven en Paraná y se habían informado por diferentes medios de los últimos hechos de inseguridad y violencia en nuestra ciudad, fue tema obligado de la sobre mesa.

Todos y cada uno de los protagonistas de los sucesos de estas últimas semanas, formaron parte de las situaciones con las que la flamante Área de Niñez comenzaba a trabajar hace un poco más de 10 años.

Recordamos como llegaron a nosotros, recordamos las estrategias de intervención, volvimos a debatir en relación a cómo puede resultar benéfica la aplicación de las leyes a medias y vinieron a nuestros recuerdos las conclusiones de entonces, que no difieren mucho con lo que pensamos hoy en día y lamentablemente hoy, a la luz de estos hechos, nos dicen que lo que hace diez años pensábamos, era acertado.

Fue imposible no tener una sensación de fracaso, fracaso porque la intervención del Estado en la vida de estos chicos no fue buena ni feliz, y con esto no quiero decir que el Estado no deba intervenir, al contrario,  digo no lo fue antes  y no es hoy la mejor intervención por los medios con los que se cuentan a la hora de elaborar un plan o una estrategia que redunde en beneficios, no solo para la sociedad, sino fundamentalmente, para la vida de aquellos niños de entonces y hoy jóvenes; y fracaso también como sociedad porque no supimos ni las escuelas ni las instituciones intermedias aportar un rayo de sol en la densa oscuridad que representa el corazón abatido de un chico que fue echado a este mundo por la simple razón que un espermatozoide fecundó, quién sabe en qué circunstancias, un óvulo y de ahí en más creció como pudo y se mantiene quién sabe cómo. Y ahí empieza a jugar un papel importante las creencias particulares de cada uno, yo pienso que ese niño está aquí porque Dios tiene un propósito para su vida, pero la vida de ese chico que circunstancialmente hoy se cruza con la mía, también tiene un fin en la mía: me interpela y me obliga a definirme como persona, como cristiana y como ciudadana.

En las diversas capacitaciones y foros y conferencias a las que como equipo técnico asistimos y que estuvo integrado, además de mis tres actuales amigas, por excelentes profesionales comprometidas con sus disciplinas y con la tarea específica,  siempre en el 100% de las veces dimos esta discusión de la manera más  simple que se podía dar:  no siempre la familia, el barrio o el medio de origen es el mejor lugar para los chicos, de la misma forma que tampoco lo son las Residencias donde son alojados. El desafío fue hace diez años y lo es hoy, entender que cada situación, que cada chico y cada familia son particulares y merecen una mirada particular, específica y comprometida con una verdadera integralidad de la persona humana. No se puede hablar permanentemente de derechos si no somos capaces de hablar responsabilidades.

TODOS LOS SERES HUMANOS COMO TALES TENEMOS DERECHOS Y RESPONSABILIDADES, GRANDES Y CHICOS. Cómo puede ser que personas preparadas, formadas e inteligentes soltaran alegremente que la única obligación de un niño (entiéndase como niño a todo ciudadano de hasta los 18 años, tal como lo establece la  Convención sobre los Derechos de los Niños) es ser feliz, cómo??!!

Entonces, hace diez años, y hoy, entendimos esto como una necedad, así lo expresamos y así lo hicimos saber y advertimos con una mirada preclara, el futuro exacto de cada uno de estos cuatro chicos que hoy parecen haberse convertido en el pandemónium de una sociedad que de día llena los salones de las tantas denominaciones religiosas que hay en Viale y de noche se transforman en verdaderos Ku Kux Clan, olvidando lo que hacía un rato aceptaban como dogma de vida, mientras en los muros de Facebook comparten y se conmueven con la imagen de un niño sirio ahogado en una costa como si el mismo demonio que hundió a ese niño en las aguas del Mediterráneo no fuera el mismo que el que atrapa con su humo y su blanca calidez a los que hoy delinquen porque nunca nadie les dijo que eran seres amados ni les explicó cómo buscar dentro y fuera de sí una meta que los haga vivir y levantarse cada día.

El abuelo paterno de mis hijos trabajó y se jubiló como empleado del Consejo del Menor. Hace algunos meses un señor golpeó la puerta de su casa y se presentó: «Hola don Amílcar, no me conoce? soy NN, vivo en la Provincia de Buenos Aires, me casé, tengo  3 hijos y 8 nietos. Vengo a darle las gracias porque sus consejos y sus retos han hecho de mi esto que soy, y también  por todas las veces que con su palabra y  su ejemplo me enseñó, y me quedó grabado a fuego, que sólo trabajando y/o estudiando yo sería alguien en la vida».

La charla se extendió por horas y yo muda testigo de ese milagro sólo podía pensar en cómo cambian los tiempos. Más en estas semanas, a la luz de todo lo ocurrido, vuelvo a pensar en este señor y en estos chicos, y reflexiono que cuando las macro políticas, las leyes y los eruditos se decidan a embarrarse los calzados metiéndose en el fango de la desigualdad, de la falta de oportunidades, de la marginación y el desprecio, sólo ahí, quizás, las políticas para estos chicos se acerquen más a sus realidades diarias con alguna posibilidad de ser más eficaces que las últimas. Y todos nosotros, simples humanos mortales, cuando podamos entender que todo lo que tenemos es prestado y que solos y aislados nada podemos lograr, y que todo lo que le hace daño al otro a mí también me lo hace, aunque en apariencia parezca que no, y que esto me obligue a tomar partido siempre a favor del que sufre, y que sea capaz de tomarme el trabajo de profundizar la mirada para poder ver y reconocer la verdadera víctima y el verdadero victimario. Sólo ahí, sólo entonces, estaremos dando verdaderos pasos que nos permitan hablar de amor, misericordia, Patria, Ciudadanía, equidad y justicia social. Mientras tanto, examinemos en primer lugar nuestras propias conductas y responsabilidades y veamos qué podemos aportar antes de tirar la primera, la segunda y la tercera piedra.

Alicia Amado, Viale, septiembre de 2015