(Escribe: Yohana Fucks)

Visité a Nicolas Müller, propietario del comedor (D’Nico Café-Restó), un joven que apostó a su ciudad, para invertir acá y proyectar sus sueños.

Nico, tenía 20 años cuando dejó de estudiar como cocinero en el instituto «Gato Dumas». Se vino a Viale y comenzó a hacer un estudio de mercado, viendo que se necesitaba en torno a este rubro, qué preferencias tenía la gente de la comunidad, qué tipo de horarios y servicios se necesitaban, y de allí decide hablar con quienes tenían el local donde funcionaba Comedor y hospedaje «Karina», en una esquina tradicional casi al ingreso de la ciudad por Avenida Pte. Perón. Ya había ganado experiencia trabajando con Fabi Abreu en su servicio de catering, al cual agradece porque le enseñó mucho.

Y así se puso al hombro su sueño, sus ganas de convertirse en un humilde empresario de la gastronomía, apuntando a dejar todo en ese anhelo para progresar y poder brindar un excelente servicio y muchas fuentes de trabajo, a su comunidad. Un 23 de mayo de 2011, abría las puertas de su restó. Ese mismo día cumplía sus jóvenes 21 años. Y comenzaba a caminar su ansiado proyecto.

Los primeros tiempos fueron muy difíciles. Trabajaba de lunes a sábados, prácticamente todo el día. Pasaba alrededor de 18 horas, dentro del local. Al principio, era él solo, cocinero y atención al público. Durante 5 años, no hizo más que invertir: «Pasé sin comprarme ni un par de zapatillas para poner cada centavo acá dentro. Lo único que dejé para mi, fue el fútbol. Por eso los domingos, no abría para poder ir a jugar los partidos en Arsenal. Pero después tuve que resignar hasta eso, porque el negocio comenzó a crecer y ya no podía ni ir a entrenar.» Recibió en esos primeros tiempos la ayuda de su madre, quien venía a darle una mano por la noche. «Y sigue estando mi mamá hasta el día de hoy. Mi mano derecha. Porque aún sigue viniendo. Y en las malas más, siempre está».

Con los años, su esmero en tener un servicio eficiente y dedicado, el estar tanto tiempo aferrado a este proyecto, dio sus frutos. Y él describe su progreso de una manera muy especial: «Cuando pude comprarle ropa y uniformes a mis empleados, fue un orgullo tremendo. A veces este tipo de negocios, conllevan muchísimo gasto y uno trata de pagar siempre lo que la ley indica, pero para mí hay empleados que merecían más, así que desde ayudar con la misma comida o darles pequeños beneficios, era una gran alegría cada vez que pude hacerlo».

Hace mas de un año, la pandemia lo golpeó, como a cada argentino y persona en el mundo, y si bien agradece mucho que no le tocó padecer la pérdida de un ser querido, su sueño en el que viene invirtiendo 10 años de su vida y miles de pesos, sufrió un enorme retroceso. Los gastos fijos siguieron estando y las ventas nunca fueron las mismas. «Al tener cerrado, la gente no compra ni un cuarto de lo que compra en temporadas normales. Un comedor no es solo por la comida en sí misma, sino por el servicio, la atención, el venir a compartir una fecha especial, sociabilizar; y todo eso se pierde cuando el local no puede brindarlo. La gente que antes ingresaba a la ciudad, ahora opta por pasar por una estación de servicio en la ruta y comer ahí. Hay clientes que uno pierde que cuesta mucho volver a recuperar en este contexto».

Los ojos se le ponen brillosos cuando cuenta con añoro: «En algún momento podía ofrecer menúes que eran suficientemente económicos como para que una familia humilde pueda venir y sentarse a compartir y disfrutar. Algo accesible que hoy con la inflación existente es casi imposible».

Empleados han pasado muchos, de todos habla con agradecimiento, y con una inmensa honestidad, me dijo una verdad real para miles de emprendedores. «El sistema es muy hipócrita, te castiga cuando tenes ganas de crecer y ayudar a otros generando fuentes de empleo. Poner un empleado en blanco, implica una infinidad de costos en los que nadie ayuda. Cada vez que progresé, el Estado me aumentó los impuestos. La gente desconoce lo que implica la actividad privada, así sea en pequeños comercios como el mío. Nosotros si no vendemos, no tenemos como solventar miles de gastos fijos que son altísimos. Con decirte que durante el año pasado, hasta pedí trabajo en el campo para poder cubrir los montos de mi negocio porque sino lo perdía».

Pero casi al suspiro inmediato, Nico me dijo, «Yo igual sigo firme con mi sueño. Quiero seguir adelante y llegar a tener un hotel. Aunque sea para pocas personas. Pero con diferentes servicios y niveles, apto para los diferentes niveles económicos. Y no voy a resignarlo mientras tenga dos brazos y piernas sanas para trabajar».

D’Nico cumplió el 23 de mayo, una década de vigencia. No pudo festejarlo, pero deseo de corazón que pronto pueda hacerlo con la enorme clientela que durante años siguió apostando a este lugar para sus momentos de recreación, disfrutando de un magnífico restó con excelentes menúes, cordial atención y eficiencia en su servicio.

Gracias Nico, por dejarme compartir tu historia, por ofrecerme un almuerzo repleto de cosas ricas mientras charlábamos, por permitir que tu experiencia sirva como inspiración a otros jóvenes que apuesten al trabajo en su ciudad.